Todos los pobres son sabios y sólo los pobres son sabios, porque sólo
ellos miran el mundo con ojos limpios, sin las interferencias alucinantes del
“yo”. Los desposeídos están purificados de las escorias y el smog con que el
“yo” contamina la interioridad; los pobres son puros, y los puros, sólo ellos,
no solamente verán a Dios, sino que también verán el mundo tal como es, sin
deformarlo con una visión interesada.
Todos aquellos que actúan bajo los
impulsos del “yo” contemplan la vida a través del prisma de sus deseos o
miedos. De una u otra manera, todo lo exterior lo hacen pasar por su órbita
personal, lo pesan en la balanza de sus intereses, lo envuelven con los ropajes
de sus deseos posesivos, y lo califican, lo rechazan o lo apetecen de acuerdo
con sus intereses personales.
Es una monstruosa deformación;
simplemente por mirar la realidad a través de sus fantasías. Hay que salvarse
de la tiranía de sí mismo.
* * *
Tu vecino y tú sois un caso
especial: los dos pertenecéis a partidos políticos antagónicos; y por eso
existe entre vosotros desde hace años una mal disimulada enemistad. Todo lo
perteneciente a la casa vecina lo encuentras mediocre, desde las plantas del
jardín hasta el estilo arquitectónico de la casa...; nada de él te gusta,
porque lo ves a través de la antipatía que le tienes.
Este sujeto es francamente
desagradable. Es lo que piensa todo el mundo. En cambio, para ti es un hombre
encantador. ¿A qué se debe este contraste? A que él tiene una gran estima por
ti y no escatima elogios para ti; y tú lo conceptúas a través de la emoción gratificante
que te causa esa estima.
Por el contrario, fulano es una
persona objetivamente encantadora, y así lo reconoce la opinión pública. Pero
como sucede que él te estima poco, tú esparces a los cuatro vientos que él es
un sujeto ramplón, que su señora es vulgar y sus hijas nada agraciadas. Lo
estás viendo y juzgando a través de la lente de tus antipatías.
* * *
Tus
intereses te hacen distorsionar el verdadero rostro de la realidad. Haces que
las cosas sean tal como tú deseas o temes. Pero ellas siguen siendo tal como
son; sólo un hombre puro las puede contemplar en su esencial originalidad.
Mientras no seas puro no verás las
cosas y personas en sí mismas, sino a través del miedo o de la codicia que te
causan. Las mirarás apropiadoramente o repulsivamente, y de todas maneras,
siempre deformadas.
Es inútil; mientras no te desprendas
de esa argolla central en la que enganchas posesivamente todas las cosas, no
tendrás ojos limpios para ver el mundo en su primordial virginidad.
Una vez que tu atención se haya
purificado de las contaminaciones del “yo”, de sus delirios de grandeza y
afanes posesivos, y puedas mirar como un niño, entonces todo aparecerá a tus
ojos prodigiosamente transparente y distinto: las rocas son fuertes; las
nieves, blancas; los arroyos, claros; las rosas, fragantes; el mar, ancho y profundo;
el vecino, encantador; la vecina, dulce y discreta; hasta los enemigos
resplandecen de dones; vivir es una dicha. Todo es bonito. Para los puros,
todo es puro.
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