Debe tenerse
presente que la palabra manía no significa aquí idea fija u obsesiva, como
vulgarmente se entiende, sino que hace referencia a un estado de excitación o
exaltación psíquica.
La psicosis maníaco-depresiva es una
violenta alteración tímica, un brusco altibajo de la vitalidad.
Frente a los sentimientos pesados
que sufren los deprimidos, los maníacos se encuentran con una alegría
explosiva que les viene de la intimidad, sienten la existencia como una
fragante primavera, y ninguna desgracia, por terrible que sea, es capaz de
ensombrecer su indestructible alegría durante ese período.
Estas personas pasan, en un
movimiento circular y cíclico, de la euforia a la melancolía y de la melancolía
a la euforia, en un tránsito generalmente brusco.
Estos vaivenes ciclotímicos se suceden como los flujos de una
ondulación, como las olas del mar, subiendo y bajando, como la respiración que
se tensa (inspiración) y se relaja (aspiración), como el movimiento del
péndulo que va de un extremo al otro. La exaltación maníaca es delirante, casi
dionisíaca, y la depresión; como sabemos, sombría.
* * *
En un despliegue frenético de juego
de pelota, el ánimo va pasando de la tristeza a la alegría, de la inhibición a
la exaltación, de la angustia al éxtasis, de la desesperanza a una esperanza
invencible, de la desgana a una euforia casi furiosa.
Se trata, en definitiva, de una
oscilación circular y violenta de los humores o sentimientos vitales; este
tránsito puede efectuarse de la euforia a la depresión, o viceversa. A la
manera de todas las depresiones endógenas, también aquí se da una gran
variedad en cuanto a la periodicidad, duración e intensidad de los accesos
morbosos.
Entre las depresiones endógenas, las
ciclotímicas son las más específicamente genéticas. Las circunstancias
ambientales no influyen aquí para nada. Se trata exclusivamente de una
determinada constitución cerebral-glandular.
He aquí una descripción incomparable
de Soren Kierkegaard sobre una crisis maníaco-depresiva:
“Un día, al levantarme de la
cama, me sentía extraordinariamente bien. Este bienestar creció sobre toda
analogía. A la una en punto presentí el máximo de excitación vertiginosa, que
no consta en ningún termómetro del bienestar.
Cada función del organismo gozaba de
su completa satisfacción. Cada nervio estaba acorde consigo mismo y en armonía
con todo el sistema. Cada pulsación atestiguaba la poderosa vitalidad que
inunda todo el cuerpo.
Andaba como flotando, pero no como
el vuelo del pájaro que atraviesa el aire, sino como las ondas del viento en el
sembrado, como las olas anhelantes del mar, como el deslizamiento ensoñador de
las nubes.
Mi modo de
ser era el de la pura transparencia, como la profundidad del mar, el silencio
satisfecho de la noche, como el sosiego monologal del mediodía.
La existencia entera estaba
enamorada de mí. Todo lo enigmático se esclarecía en mi bienaventuranza
microscópica, que todo lo explicaba...
Como he dicho, a la una en punto
estaba en lo alto. Entonces comenzó bruscamente a picar algo en mi ojo izquierdo.
Yo no sé lo que era, si una pestaña o un polvillo. Pero lo que sé es que en el
mismo momento caí en el abismo de la desesperación...”
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