La angustia,
sea como sentimiento vital, sea como tensión provocada por un entorno hostil,
fue tema de actualidad durante largas décadas. Más aún, desde los días de
Kirkegaard fue colocada en el pináculo de la moda, y ha sido el tema favorito
de los existencialistas, como Heidegger, Sartre, Jaspers, Unamuno...
En las últimas décadas, sin embargo, el tema
de la angustia fue abandonando discretamente el primer plano, cediendo el
lugar a la depresión. Y hoy existe una coincidencia en que estamos en la era de
la depresión. Ambos disturbios son de naturaleza enteramente diferente, si
bien, con frecuencia, sus fronteras se entrecruzan.
En la angustia se conserva una cierta
afirmación de sí mismo y permanece un tibio rescoldo de esperanza. Incluso la
angustia encierra entre sus pliegues energías reactivas capaces de responder
adecuadamente a los estímulos y desafíos exteriores. En la depresión, en cambio,
se produce el colapso total, en medio de la desesperanza, el desamparo y la
desventura. Es la muerte, la nada insondable y doliente, como veremos en las
páginas que siguen.
* * *
De acuerdo con las estadísticas, en los
países industrializados, un 25 por 100 de las personas padece algún tipo de
trastorno depresivo a lo largo de su vida, aunque, ciertamente, en grados y
con matices diferentes.
En cuanto a los suicidas, más
de la mitad de ellos ha dado ese paso en un momento de crisis depresiva, cuando
a los síntomas ordinarios de melancolía se ha agregado la idea fija de la
muerte.
La mujer es más vulnerable y
propensa a la depresión que el varón: por cada dos varones, cinco mujeres
sufren este trastorno; y según otras estadísticas, cuatro mujeres por cada
varón; así como, por el contrario, el infarto de miocardio lo padece una mujer
por cada cuatro varones.
Entre los varones, los profesionales
son los más propensos a los disturbios depresivos, debido a que son tenazmente
presionados por los desafíos de una sociedad terriblemente competitiva. No es
difícil encontrarse con profesionales malhumorados, agotados, al borde de la
depresión o dentro ya de sus fronteras.
El estado civil es un factor
modulador respecto de las crisis depresivas; El porcentaje más elevado de
depresión se da entre las mujeres divorciadas o separadas. Lo curioso es que,
en contraste, no se da este mayor porcentaje entre los hombres divorciados o
separados. Como ya lo hemos apuntado, el nivel depresivo es considerablemente
más elevado entre las mujeres que entre los hombres, debido, sin duda, como
veremos, a factores endocrinos y bioquímicos.
Tanto en los hombres viudos como en
las mujeres viudas, de acuerdo con las estadísticas, se eleva casi
verticalmente el nivel depresivo.
En cuanto a la edad, rara vez se dan
síntomas depresivos en la infancia. Durante la adolescencia y la juventud, en
la mujer hacen su aparición las crisis con un porcentaje considerablemente más
alto que en el hombre: doce mujeres por un hombre. En cambio, de los veinte a
los treinta años, en la mujer disminuye el porcentaje, mientras que se eleva
abruptamente en el hombre: diez mujeres por cada cinco hombres. Para todos,
hombres y mujeres, la etapa más depresiva es la que va de los cuarenta a los
sesenta años. En la tercera edad, los niveles se mantienen bastante altos.
Las estadísticas demuestran que
los factores culturales y sociales pueden alterar los índices de la
melancolía. Las clases media y alta son más afectadas que la clase humilde.
Está demostrado que a una mayor prosperidad personal y a una más alta
productividad nacional corresponde también mayor número de suicidios; y hay
que tener en cuenta que el suicidio constituye el clímax de la depresión, al
menos ordinariamente.
Según las estadísticas, el
cristianismo ofrece un terreno más abonado para las crisis depresivas que el
hinduismo o el mahometismo, por ejemplo, debido a sus insistencias sobre culpabilidad.
En efecto, una de las causas más frecuentes de depresión entre los cristianos
practicantes son los sentimientos de culpa, cosa enteramente desconocida, por
ejemplo, en el budismo.
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