Comencemos
diciendo que la angustia puede ser, como la depresión, reactiva: un sentimiento
ligado a circunstancias exteriores. Y, de hecho, gran parte de la angustia es,
como veremos, reactiva.
Pero hay personas que habitan en la
región de la angustia sin que hayan tenido estímulos amenazantes ni causas
inductoras. Es la angustia vital: nacieron así; están angustiados habitualmente
y sin motivo alguno.
Existe, pues, una personalidad
ansiosa, genéticamente angustiosa: su estado de ánimo es permanentemente tenso
y nervioso. Vive en ascuas, en una atmósfera interior hecha de temor,
incertidumbre y preocupación.
Esta personalidad ansiosa coincide
generalmente con tipos aprensivos, acomplejados, tímidos y obsesivos.
Se sienten perseguidos por dentro y
por fuera. Habitan en un mundo de fantasmas. En sus mansiones interiores reina
un caos primordial, como efecto de la desintegración interior o falta de
unidad y control. Por eso dicen los existencialistas que el angustiado siente
la amenaza de la disolución de la unidad del yo.
Se preocupan de todo. Viven los
problemas de los demás, familiares, amigos, como si fueran propios; pero, en
lugar de tratar de solucionarlos, se complican cada vez más a sí mismos y a los
demás, porque sufren inútilmente.
Sienten miedo de todo. Viven de
aprensiones y suposiciones, y, sobre todo, de interrogantes: ¿Qué pasará? ¿Se
habrán enterado? ¿Por qué no me habrán llamado? Está tardando demasiado, ¿no
habrá tenido algún accidente? Sienten también un miedo obsesivo por la muerte,
por tal o cual enfermedad, por determinada desgracia que les puede sobrevenir.
Desde desconocidos abismos les suben
hasta el primer piano de la conciencia temores infundados, les asalta el
nerviosismo, la impaciencia y la ansiedad. No son dueños de su propia casa.
Todos los enemigos la han invadido y campean a sus anchas.
Así es la angustia vital, que llega
al sujeto desde más allá de su nacimiento, desde las urdimbres y combinaciones
más remotas de las constelaciones genéticas.
* * *
Dijo Heráclito: “Nadie se baña dos
veces en el mismo río”. También en el mundo de las vivencias hay un continuo
fluir; pero debajo de ese flujo algo permanece inalterable. Las sensaciones van
y vienen, los pensamientos aparecen y desaparecen, los sentimientos crecen y
decrecen; pero la persona se siente una sola en todo momento: en medio del
fluente movimiento vital se yergue el yo rector y coordinador de todo.
Pues bien, esa unidad del yo, que es
el yo mismo, es la que se siente amenazada con quebrarse en una aguda crisis de
angustia. De ahí la expresión característica de quienes están profundamente
angustiados: “Voy a volverme loco”.
Al hablar de locura, están
refiriéndose a la disolución de la unidad del yo, porque loco es quien pierde
el control de sus actos. Una persona normal es aquella que mantiene firmes en
sus manos las riendas de sus propios actos. Si ya no puede sujetar las
riendas, realizará actos ajenos a su propio ser. Se enajenará.
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