Hay sujetos que
nacieron con inclinaciones tan marcadas hacia la melancolía, que, sin mediar
ningún agente exterior ni motivo interno, caen periódicamente en terribles
crisis. Son las depresiones endógenas, y, por cierto, las más temibles.
Tienen múltiples variaciones en
cuanto a la periodicidad de su aparición, duración, intensidad y otros
elementos. Donde no existe variedad es en lo referente a los síntomas: éstos
son notablemente regulares y uniformes.
Estas personalidades genéticamente
depresivas funcionan normalmente en el ambiente general de su vida, cuando de
pronto, y sin que haya mediado ninguna circunstancia exterior inductora, caen
en las garras de un disturbio depresivo, con la pesadez de todos sus síntomas.
Las crisis pueden tener la más variada durabilidad:
unas horas, unos días, varias semanas, muchos meses. Si las crisis son prolongadas, los deprimidos sufren
—digámoslo a modo de comparación— oscilaciones similares a las del clima: ahora
hay nubes bajas, negras y oprimentes; más tarde, continúa nublado, pero con
nubosidad alta y débil; luego aparecen pequeños resquicios de azul; horas
después el horizonte se cubre de nuevo de nubes plomizas; pero, de todas
formas, el cielo está siempre nublado. De manera semejante, durante una
prolongada crisis de melancolía los afectados pasan por múltiples fluctuaciones
de intensidad.
* * *
En cuanto a la frecuencia, hay
sujetos a quienes les sobreviene la crisis una o dos veces por mes, pero con
breve duración. Otros la sufren una o dos veces al año, con duración más
prolongada. Finalmente, a otros les sobreviene cada varios años, pero con una
temible intensidad y duración.
La periodicidad del acceso morboso
no se limita a los tiempos de aparición, sino que puede darse un cierto ritmo
variado en sus manifestaciones: hay personas que despiertan a ciertas horas de
la madrugada con una morbosidad aplastante. Otros experimentan esa intensificación
durante las horas del atardecer. Otros, por el contrario, en las primeras horas
del día, aliviándose en las horas de la tarde.
Y, de todas formas, el nivel de
intensidad, en los momentos de crisis, nunca se mantiene en una línea
constante, sino que está sometido a continuas oscilaciones de intensidad,
según las personas.
* * *
En cuanto cesa la crisis (así como vino
sin explicación ni motivo, de la misma manera se va) las personas vuelven a
ser completamente normales. Incluso amanece en sus rostros un aire de fiesta,
de la misma manera que como se viste el paisaje de alegría después de la
tormenta.
Estas personas, genéticamente
depresivas, cuyos trastornos aparecen en el momento menos pensado, con
periodicidad o sin ella, suelen quedarse temiendo el regreso de la tormenta. No
sé si este temor puede precipitar, inductivamente, una nueva crisis. Supongo
que sí en algunas ocasiones, y no en otras. Creo que sucede, digamos por vía de
analogía, lo mismo que con la jaqueca: para algunas personas, las crisis de
jaqueca son inducidas por un disgusto o por el cansando; pero, para otras, las
crisis van y vienen sin causa alguna, al menos aparente.
He conocido también personas
permanentemente deprimidas, con ligeros cielos claros, pudiendo respirar por
momentos, con espacios más oscuros y menos oscuros, pero cuyo cielo está
siempre nublado. Da miedo pensar en el martirio de sus vidas. Son dignas de la
mayor ternura y comprensión.
Esta clase de depresiones endógenas,
sean o no cíclicas, no aparecen en los años de la infancia ni, por lo general,
en la etapa de la juventud, sino más tarde y, como hemos dicho, sin que haya mediado
ningún factor externo desencadenante.
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