La depresión
puede ser reactiva y endógena.
Endógena significa que se origina y
proviene de dentro, de la misma estructura celular. La melancolía endógena
hunde, pues, sus raíces en la constitución hereditaria.
Reactiva —en cuanto que es una
reacción— significa que ha sido provocada por causas ajenas al individuo.
Estas causas pueden ser externas a
la persona, como los factores ambientales, acontecimientos, contrariedades. La
muerte de una persona amada, sobre todo cuando, durante el luto, se ha
reprimido el dolor con un estricto control sobre los nervios, puede provocar
una alteración depresiva. Puede derivar también de un grave fracaso en un
propósito fundamental de la vida: se puso tanta ilusión durante tantos años en
aquel proyecto económico o profesional, de cuyo resultado dependía el futuro de
la familia..., y todo se vino abajo.
Una separación matrimonial, que
supone el colapso de una larga historia de grandes ilusiones, días felices,
tantos años de lucha para formar un hogar..., y ahora todo se acabó; una
considerable fatiga nerviosa; las presiones sociales que desafían y asedian
porfiadamente al ser humano, las incertidumbres, el desplome de la escala de
valores que cimentaba nuestra seguridad..., pueden determinar la aparición de
trastornos depresivos.
Los
motivos que originan la depresión pueden ser también interiores: ciertas
enfermedades, como la epilepsia, la tuberculosis, hepatitis, gripes prolongadas
y, en general, las enfermedades que consiguen acorralar y asestar serios golpes
a la vitalidad, pueden desencadenar —y sucede frecuentemente— una secuela de
disturbios depresivos, con matices y grados diferentes.
* * *
Hay personas que nacen con
predisposición o propensión a la melancolía; y esta predisposición tiene un
amplísimo abanico de posibilidades, desde grados mínimos o nulos hasta los más
elevados.
Hay sujetos a quienes ni las
enfermedades más graves ni los más terribles detonantes ambientales les causan
ni el más pequeño disturbio depresivo. Hay otras personas que sólo son presa de
una pasajera melancolía cuando se produce en sus vidas algún acontecimiento
verdaderamente desgarrador.
Otras, en cambio, han nacido tan
propensas que basta un pequeño acontecimiento adverso para que sean
arrastradas a la fosa depresiva: un disgusto que a cualquier otra persona no
le produciría ningún efecto, e incluso a esta misma, en otras circunstancias,
no le impactaría tanto, acaba arrastrándola esta vez a la noche depresiva.
Un estado de tensión constituye
un campo abonado para reaccionar depresivamente ante cualquier acontecimiento.
El motivo exterior ha podido desaparecer, pero queda la tendencia a reaccionar
depresivamente. Incluso ha sucedido que, después que se comprobó que la noticia
que provocó la depresión era falsa, continúa la crisis con la misma
intensidad.
“Lo más frecuente es que la
alteración de la vitalidad sea puramente autónoma y se presente como un
desarreglo intrínseco, no dependiendo de causas exteriores ni tampoco de
motivos internos. La posibilidad de tener una crisis depresiva reactiva (por
factores externos), con la consiguiente alteración de la vitalidad, radica en
la contingencia de cada hombre” (López Ibor).
No hay comentarios:
Publicar un comentario