Con la
supresión del “yo” hemos conseguido la tranquilidad de la mente. Pero no
basta. Necesitamos derivar las energías liberadas y cristalizarlas en el amor
y la unidad. El Sermón de la Montaña, en sus primeros tramos, despliega el
programa del despojarse; y posteriormente, en sus instancias decisivas, nos entrega
el proyecto del darse.
La
única muralla de separación entre el otro y yo es el “yo”. Al afirmarse en sí
mismo y por sí mismo, el “yo” se siente distinto y, de alguna manera, opuesto a
lo que no es él. De esta oposición nace una suerte de tensión o dialéctica,
acompañada de un cierto sentimiento de inquietud. En definitiva, se produce
algo parecido a un conflicto dualista, cosa que desaparece en cuanto es
derribada esa muralla.
En cuanto el hombre se siente ligado
y abrazado a sí mismo, diferente y opuesto a los demás, le nace automáticamente
la inseguridad, por el hecho de encontrarse solitario; y, a la inversa, al
desligarse de sí mismo y dejarse arrastrar por la corriente universal, se
siente inmerso en la unidad con todos los seres, encontrando seguridad y
armonía.
Ya no existen el sujeto y el objeto
como polos opuestos; desaparece también la dicotomía yo-tú, yo-mundo. Y, en
este momento, al perder los seres vivos (sobre todo el hombre) sus perfiles
diferenciantes, el hombre se siente emparentado con todos los seres en su
realidad última y acaba por instalarse en una común-unidad con todos en la más
entrañable fraternidad. Es la experiencia de la unidad universal. Que sean
uno.
Es más que amor. En el amor, una
persona ama a otra persona. Pero en esta experiencia los dos sujetos acaban por
sentirse uno parte del otro, como en una empatía cósmica, hasta llegar a sentir
las cosas del otro como si fueran propias. Es obvio que en este contexto no
caben rivalidades ni envidias.
* * *
Cuando el hombre ha detenido la
actividad de la conciencia ordinaria, no se produce un vacío “hueco”, sino que
la conciencia se hace presente en sí misma. Se trata de una presencia vital de
la mente que se transparenta a sí misma, o de la presencia vital de la realidad
de la persona que se hace presente a sí misma. Es la experiencia de la
“in-sistencia”, es decir, mi realidad está toda en sí y toda-en-el-universo: se
experimenta a sí mismo en los demás y a los demás en sí mismo.
Por
eso el sabio respeta todo, venera todo, de tal manera que en su interior no da
curso libre a actitudes posesivas ni agresivas. Es sensible hasta sentir como
suyos los problemas ajenos. No juzga, no presupone, nunca invade el santuario
de las intenciones. Sus entrañas están tejidas de fibras delicadas, y su
estilo es siempre de alta cortesía. En suma, es capaz de tratar a los demás
con la misma reverencia y comprensión con que se trata a sí mismo. Ama al
prójimo como a sí mismo.
Es capaz, además, de .cargar a
hombros con el dolor de la Humanidad. Sufre como suyas las llagas de los
dolientes. Habiendo apagado la pasión del “yo”, ha pasado definitivamente a la
compasión con el mundo.
* * *
Para conseguir esta liberación se
necesita, en primer lugar, una práctica intensiva y constante de mente vacía.
En segundo lugar, es necesario que
vivas despierto, atento a ti mismo. Mediante una constante
introspección-meditación-intuición tienes que descubrir que el ‘‘yo” (el falso
yo) es la raíz de todas sus desventuras, y debes convencerte de la falacia e
inexistencia de esa imagen ilusoria de ti mismo.
No le des satisfacciones a esa fiera
hambrienta. Cuanto más la alimentas, más tiranía ejercerá sobre ti. Si hablan
mal de ti, no te defiendas; deja que sangre hasta morir el amor propio. No te justifiques
si tus proyectos no salieron a la medida de tus deseos. No des paso a la
autocompasión, que es el bocado más apetecido por el “yo”. No busques elogios
ni abierta ni solapadamente. Rehúye sistemáticamente los aplausos. No saborees
el éxito. Ahuyenta, en tu intimidad, los recuerdos halagüeños, que también son
bocados exquisitos para el”yo”.
Si le vas retirando el aceite, la
lámpara acabará apagándose. Esta es la batalla de la libertad.
Recuerda
también las consignas tantas veces repetidas: no te hagas ilusiones, el
progreso será sumamente lento; pasarán años hasta que puedas saborear la deliciosa
fruta de la liberación; y en el camino habrá vacilaciones, retrocesos y
desalientos. Así es la naturaleza humana; comienza por aceptarla tal como es.
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