La depresión, felizmente, se sana. Son suficientes unas pocas semanas
para que el 70 por 100 de los deprimidos sanen. Un 30 por 100 necesitan
tratamientos más complejos y prolongados. También existen casos en que los
pacientes se reponen, pero no se curan.
Los tratamientos antidepresivos son
cada vez más rápidos y eficaces. Una de las áreas en la que más se investiga y
en la que más avances se van logrando es precisamente en la psicofarmacología.
A ritmo acelerado se están descubriendo nuevos psicofármacos, cada vez más
eficaces, para aliviar y sanar los estados depresivos. No hay Congreso de
Neuropsicología en el que no se presente un nuevo fármaco antidepresivo, cada
vez más poderoso. De la misma manera van mejorando rápidamente las pautas
terapéuticas.
Podemos decir que la depresión está
acorralada y herida de muerte.
Familia. Entendemos aquí por familia
el grupo humano en el que se desenvuelve la vida del paciente depresivo. Puede
ser el hogar, la comunidad religiosa u otra, el lugar de trabajo.
No
se necesita tener vista de lince para darse cuenta del siguiente hecho: el
ambiente familiar se contagia de los síntomas del paciente, y también se
deprime. A veces,
la familia sufre tanto como el mismo paciente: hay un aire de tristeza y
desaliento en ese grupo humano. Y si la víctima de la depresión,
en el hogar, es la madre—lo que sucede con frecuencia—, es la peor desgracia
que puede caer sobre los hijos, sobre todo si son pequeños.
Es evidente que quienes rodean al
paciente pueden influir decisivamente, para bien o para mal, sobre el curso de
la crisis depresiva. Para que la influencia sea positiva, entregamos aquí
algunas orientaciones.
* * *
En primer lugar, teniendo
presentes las manifestaciones y síntomas depresivos que hemos entregado en las
páginas anteriores, los familiares pueden vislumbrar si el mal que aqueja al
familiar es depresión. Si hay sospechas de ello —y, sobre todo, cuando sus
manifestaciones son realmente serias—, deben conducirlo al médico, y a ser
posible, al especialista.
Digo conducirlo porque, según las
estadísticas, el deprimido casi nunca va espontáneamente al doctor.
En segundo lugar, los familiares
deben cuidar de que el paciente lleve a cabo la medicación con puntualidad y
constancia. Siempre existe el peligro de que cuando el paciente se sienta
espléndidamente bien, lo que sucede, por ejemplo, en las fases maníacas de las
depresiones ciclotímicas, abandone la medicación. Por lo demás, no deben
olvidar los familiares lo siguiente: además de la medicación, los especialistas
suelen dar otras pautas curativas; pero el paciente depresivo, como ya hemos
explicado, se siente frecuentemente como paralizado, incapaz de tomar decisiones
y de actuar. Casi es un inválido, sobre todo en las crisis profundas.
En tercer lugar, deben demostrarle
mucho afecto, más que nunca. Y, sobre todo, deben tener con él una enorme
comprensión y una infinita paciencia. Todo cuanto pueda decirse al respecto,
cualquier insistencia en este sentido, todo será poco.
También se aconseja a los familiares
no dejar al alcance del paciente los sedantes, sobre todo si éstos son
poderosos. Y esto por razones obvias. En las crisis agudas, el depresivo es
menos que un niño.
El paciente. En primer lugar, debes
identificar el mal. Pueden darse dos clases de crisis depresivas: leve y grave.
Veamos la primera.
Efectivamente, hay depresiones que
son benignas, transitorias, exógenas, esto es, que han sido provocadas por “las
cosas de la vida”: disgustos, cansancios, secuelas de enfermedades y,
finalmente, un no sé qué que puede ser tanto un factor desconocido como una acumulación
de circunstancias.
En este caso, aunque el mal sea
pasajero, no deja de tener efectos semejantes a una depresión grave, aunque no
en intensidad.
No te dejes atrapar por la angustia:
todo pasará. Cuando sientas nubes negras sobre tu alma, defiéndete contra
ellas. No debes “echarte a morir”, no te dejes llevar. Al contrario, debes
reaccionar dinámica-mente, sacando energías y entusiasmos de la misma debilidad.
Tu interior está lleno de energías, pero ellas están dormidas. Debes
despertarlas y ponerlas en pie. Debes luchar resueltamente contra la tendencia
primaria de la depresión a la inhibición.
Debes echar mano de técnicas de
autosugestión: al despertar, dirás: “hoy será un día maravilloso”. Saldrás a
pasear, y sonreirás a la naturaleza, diciendo: todo es hermoso; mi vida es
hermosa; gozaré de una inmensa felicidad; yo venceré la enfermedad; ya estoy
bien; soy feliz.
Convéncete: te salvarás de la melancolía. Y otra cosa:
sólo tú puedes salvarte. Dí a tu alma: yo quiero vencer, y venceré. No te olvides de que puedes
mucho más de lo que imaginas.
En este libro encontrarás varios
capítulos que te ayudarán expresamente a superar esa crisis. Búscalos tú
mismo.
* * *
Otra cosa es cuando la depresión es
hereditaria, te viene de dentro, tiene hundidas sus raíces en la estructura
celular genética y, por añadidura, presenta síntomas graves. Para saber si tu
mal es de este género, observa un poco a tus familiares más próximos; si
descubres en alguno de ellos síntomas depresivos, es probable que tu mal sea
congénito.
Aún en el supuesto de que sea
endógeno, no te olvides de que las depresiones pueden ser de dos clases: las
normales, de una sola fase, la depresiva; y las ciclotímicas, de dos fases,
maníaco-depresivas, es decir, exaltación y depresión.
¿Cómo
ayudarte a ti mismo? Debes distinguir dos momentos: cuando estás en plena
crisis y cuando estás normal.
Cuando
te encuentres en plena noche oscura, procura lo siguiente: ten paciencia;
recuérdate a ti mismo que todo pasará; no descuides la medicación; no hagas
nada contra la vida; recuéstate, impotente, en los brazos de Dios, y descansa.
Y espera, porque mañana será mejor.
Cuando
estés normal, vete zurciendo un tejido mental con los criterios de fe que
encontrarás en la segunda parte de este libro. Pero si tu fe es débil o no
existe, unas cuantas consideraciones doctrinales de esta primera parte te
ayudarán a asumir con paz y serenidad el misterio de tu vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario