La madeja de
la relación humana es de tal complejidad que, para desenredarla, se
necesitaría escribir Otro libro. Tan sólo entregaré algunas pinceladas.
Tú te presentas y actúas,
supongamos, delante de quince personas; y, al final, cada uno de los asistentes
tiene una apreciación diferente —intelectual y afectiva— acerca de tu
actuación e incluso de tu persona.
Hay
mil factores que influyen en esta apreciación: evocaciones, transferencias,
sensibilidades, historias personales. A veces es un simple juego de
afinidad: me cae bien” o no. Otras
veces, tu presencia les recuerda a otra persona y te transfieren a ti las
simpatías o antipatías que sienten por aquélla. Hay días en que todo se ve
negro o todo azul, según la presión arterial, los metabolismos u otras
alteraciones biológicas.
No es
raro que suceda lo siguiente: resulta que ellos tienen sus propios cuadros de
valores, y detrás de ellos, naturalmente, y agazapados, sus intereses
personales; pues bien, según la mentalidad o la escala de valores que perciban
en ti, ellos se sentirán amenazados en sus intereses vitales, y todo ello
influirá en la evaluación que hagan y en la actitud afectiva que asuman
respecto de ti.
Para unos has sido motivo de
estímulo; para otros, de envidia; para otros, de emulación. Aceptado por unos,
rechazado por otros, indiferente para la mayoría. Todas esas reacciones, sin
embargo, poco dependen de ti mismo, o casi nada. El problema está, más bien,
en ellos; pero ni ellos mismos son conscientes de sus propias reacciones; son
factores temperamentales e historias personales que, a modo de mecanismos,
condicionan su actitud respecto de ti.
He puesto y analizado este
ejemplo para que se vislumbren los resortes misteriosos que están en la base
de las relaciones humanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario