Los que sufren
la angustia vital son los menos. Por lo general, la angustia es reactiva,
provocada por circunstancias exteriores.
Podríamos definirla como una compleja
interacción que se produce entre el individuo y su ambiente.
En toda angustia reactiva se da
siempre, en primer lugar, una circunstancia exterior, portadora de un peligro
eventual. La víbora ha entrado en la casa, pero no sabemos dónde se ocultó.
Comienza a temblar la tierra. Se ha producido una fuerte turbulencia en un
vuelo de avión. Mañana se decide el pleito. Se ha producido un incendio en la
casa. Han secuestrado el avión en el que viajaba nuestra hija...
En segundo lugar, se produce
una tensión. El agente exterior impacta en la persona; es decir, el
acontecimiento ejerce sobre la persona una fuerza oprimente. Esta presión deja
una marca, herida o alteración del estado anímico de la persona, con variados
efectos. Eso es la angustia.
Ejemplos. Si recibo una
pedrada, la herida será proporcional al volumen de la piedra y a la violencia
con que fue lanzada. Sujetamos con una cuerda una piedra de cien kilos y la
colgamos del techo. La cuerda se tensa en proporción al peso de la piedra, y a
causa de ese peso, en el tejido de la cuerda se produce una tensión de tal
magnitud que la cuerda se estira e incluso puede romperse.
De la misma manera, una noticia
alarmante o una terrible amenaza puede ejercer una presión tal sobre un sujeto
que éste se quiebre, se desintegre, víctima del susto o el sobresalto: es la
angustia reactiva.
Si el sujeto en cuestión no
tiene una respuesta adecuada para neutralizar la circunstancia amenazante,
será víctima de una serie de reacciones psíquicas y alteraciones fisiológicas:
se pondrá tenso, temeroso, presa de nerviosismo e intranquilidad ante la
incertidumbre, aprensivo y preocupado; el corazón comienza a bombear
aceleradamente con palpitaciones irregulares, la respiración se torna rápida y
agitada, se dilatan las pupilas, hay gran descarga de adrenalina, la boca se
reseca, se trastorna el proceso circulatorio, empalidece el rostro... Es una
crisis de angustia.
* * *
Esta situación tiene características
muy similares a las del pánico, pero no es éste el caso más frecuente. Más
común es que se susciten estados angustiosos de intensidad más benigna y
duración más prolongada.
Son aquellos casos en los que el
sujeto es víctima de una tensión más sorda y latente. El síntoma típico de
estos casos es el aprieto-ahogo que el paciente experimenta particularmente en
la zona del estómago-intestinos, de profundo tono menor, sin dejar de
repercutir también en la zona cardíaca y en la garganta, con dificultades
respiratorias.
Este estado es de larga duración, y,
en algunos casos, tiene carácter permanente. La estructura psíquica de este
sujeto se podría comparar a la del boxeador que, a fuerza de recibir golpes
suaves, se va debilitando imperceptiblemente, hasta que se torna presa fácil de
la angustia vital e, inclusive, de una crisis de depresión.
* * *
Decimos, pues, que en toda angustia
reactiva hay un agente exterior y una reacción (tensión). Ahora bien, la
cuantía de esta tensión depende de una serie de factores.
En
primer lugar, del fenómeno mismo, que puede ser poca cosa o puede llevar una
notable carga de peligrosidad. En segundo lugar, puede depender también de la
interpretación o valoración subjetiva que la persona impactada haga sobre el
grado de amenaza o peligrosidad que perciba en aquel acontecimiento. Y
esta valoración subjetiva depende, a su vez, de la sensibilidad del su jeto,
de su estado nervioso o de los recuerdos del pasado que, por vía de asociación,
le evoque el acontecimiento. Por ejemplo, una persona que vivió antaño la
experiencia de un terremoto, ante un minúsculo temblor ya entra en pánico.
En el transcurso de la vida nunca
faltará la tensión, porque los desafíos están siempre a la puerta. Y no siempre
sus efectos serán dañinos. En grados benignos, la tensión puede ser motor de
lucha y éxito, condición y causa de progreso, energía saludable y vital. Su perjudicialidad
depende de las condiciones del sujeto para una respuesta adecuada:
Ante una misma situación pueden
darse reacciones contrarias: un sujeto la contempla como amenaza, otro como
desafío, un tercero como una aventura atractiva y aun fascinante.
Como se ve, la angustia es una
alteración psicosomática de gran complejidad. En suma: hay siempre un estímulo
exterior, y una reacción o resistencia por parte del sujeto impactado; la
magnitud del impacto depende de la evaluación del peligro objetivo, de una
cierta manera de ser del sujeto y de los recuerdos asociados.
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