Soltar los frenos.
La relajación equivale al principio de los
resortes: se estira el resorte, y, al dejarlo, vuelve automáticamente a su
posición original. Si se estira o se tensa un músculo, luego que se deja de
tensar vuelve por sí mismo a su estado normal, a un estado relajado.
Este
trabajo de tensar y aflojar podemos practicarlo consciente y voluntariamente. Y
cuando hay dificultad para relajarse es aconsejable tensar los músculos al
máximo nivel, y a partir de ahí soltar todo de un golpe.
Sucede, sin embargo, que, sin damos
cuenta, la frente está arrugada, los hombros encogidos, los brazos rígidos y,
en general, todo el cuerpo tenso.
Es
igual al caso de un automóvil que avanza con los frenos puestos. En
efecto, en la sociedad tecnológica, la mayoría de las personas vive con los
nervios frenados: son las tensiones
musculares inconscientes.
* * *
Hay
que soltar los frenos, y es muy fácil. Se hace así: primeramente despierta, toma conciencia de
que estás con los frenos puestos, es decir, que tu sistema neuromuscular está
crispado, agarrotado. Y
ahí mismo suelta todos los frenos, es decir, suéltate de un golpe, de arriba a
abajo, todo entero. Piensa en tu corazón, y suéltalo.
Esta operación tan simple puede
hacerse numerosas veces al día, en cualquier momento, en cualquier lugar:
al detenerse ante un semáforo, en las horas de trabajo, en el metro, al
llegar a casa, en un match deportivo, en una entrevista importante, en la cama,
sobre todo cuando no se puede dormir...
Cada uno tiene que ir autoeducándose
progresivamente hasta llegar a un estado natural de descanso.
Estatua yacente. Es un ejercicio
simple en que la imaginación juega un papel importante.
Te acuestas en la cama, o en el
suelo, de espaldas, cómodo. Los brazos abandonados a lo largo del cuerpo, las
manos sueltas.
Tranquilízate al máximo. Toma el
control de todo tu ser, parte por parte: deja caer los párpados; suelta la
mandíbula; reduce al mínimo posible la actividad mental; respira hondo y
tranquilo. Recorre con la atención todo tu organismo; y si percibes que en él
hay alguna parte tensa, envía allá una orden para relajarla.
Imagina ser una estatua
yacente: siéntete pesado como el mármol, vacío de emociones y pensamientos como
una piedra. Siente los brazos sumamente pesados; también las piernas;
finalmente, todo el cuerpo. Vacíate por completo de actividad mental. Y sólo con
la percepción pura de ti mismo, siéntete como una estatua de piedra que no
piensa, ni imagina, ni se emociona.
Permanece así largo rato.
Regresa a tu estado normal lentamente, con movimientos suaves.
Relajación corporal. Con este
ejercicio, se obtienen los siguientes beneficios: a) se relaja el cuerpo; b) se
ejercita intensivamente en la concentración o autocontrol; c) se supera la
fatiga nerviosa, y, con el consiguiente fortalecimiento mental, se avanza
hacia el dominio de sí y la unidad interior.
Este ejercicio se puede
realizar sentado en un sofá cómodo o acostado.
Siéntate correctamente: el
cuerpo, erecto; la cabeza, también; los brazos y las manos cayendo naturalmente
sobre los muslos. Suelta de un golpe todo el organismo; respira sereno; inunda
de tranquilidad tu mundo interior y toma posesión completa de ti mismo. Ponte
sensible y receptivo respecto de ti mismo, cariñoso e identificado con todo tu
cuerpo, parte por parte, en la medida en que lo vas recorriendo. Mantén, al
máximo posible, vacía tu mente de toda imagen o pensamiento durante todo el
ejercicio.
* * *
Instálate
todo tú en tu brazo derecho. Recórrelo desde el hombro hasta la punta de los
dedos, despacio, sintiéndolo. Siente cómo está sensible, caliente, vivo.
Percibe también, si es posible, el movimiento de la sangre y de las corrientes
nerviosas.
Aprieta
fuertemente, con variados y enérgicos movimientos, los dedos, hasta formar el
puño, y suéltalos en seguida. Al mover los dedos, percibe en el interior del
brazo el movimiento de los cables conductores de la corriente neuroeléctrica.
Estira intensamente el brazo varias veces, y suéltalo en seguida. Finalmente,
déjalo quieto. Concéntrate en él; identifícate con él: “este brazo es mío”.
Siéntelo pesado, cada vez más pesado...
Pasa luego al brazo izquierdo y haz lo mismo.
Pasa después a la pierna derecha y
haz exactamente lo mismo que con los brazos. Reconócela como tuya. Recórrela
desde el fémur hasta la punta de los dedos, percibiendo cómo está sensible,
caliente. Aprieta los dedos y suéltalos. Siente cómo, al apretar los dedos, se
tensa la musculatura de la pierna. Levántala un poco y estírala fuertemente, y
déjala en seguida varias veces. Quieto, concéntrate en ella, y siéntela como
tuya. Siéntela pesada, cada vez más pesada...
Haz otro tanto con la pierna
izquierda.
Siente ahora, de un golpe, cómo las
cuatro extremidades están distendidas, pesadas, descansadas.
Después, instálate en los hombros.
Tranquila pero enérgicamente estira los hombros en todas direcciones, uno hacia
arriba y el otro hacia abajo. Tensa y suelta toda la musculatura de la espalda
varias veces. Encoge fuertemente los hombros y déjalos caer completamente.
Instálate ahora en tu frente, zona
en la que se trasparecen las emociones. Frunce el ceño y estira la piel
enérgicamente varias veces, y suéltala hasta que sientas que la frente queda
tersa, relajada. Haz lo mismo con los párpados y con los músculos faciales. Son
zonas de la expresión, y por eso muy sensibles.
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