Asirse es una acción más enérgica que, por ejemplo, adherirse; es una
prensión. Podemos asir las riendas del caballo o el volante del automóvil.
Podemos asir la empuñadura de la espada o el manubrio del motor para ponerlo en
acción. En tales casos asimos con las manos. Pero también podemos hablar de
asimos, en cuyo caso entra en juego la interioridad, toda la persona: podemos
asimos a una idea, al prestigio personal, a un proyecto, a una persona o a
nosotros mismos. Las manos con las que nos asimos son las energías mentales y
afectivas. También podríamos utilizar otros verbos, como apropiarse, etc.
* * *
El mundo es falaz. Cuando decimos
falaz nos referimos a una verdad aparente; la verdad aparente, en el fondo, es
siempre una mentira. El mundo, en su falacia, cree que cuantas más propiedades
tiene un hombre más señor es.
En
efecto, si un sujeto posee dos haciendas, cuatro casas y tres automóviles, en
todos esos “territorios” puede ejercer el señorío; y cuantos más “territorios”
tiene, más señor es. Hasta aquí funciona bien la verdad aparente; pero la
verdad de fondo es otra y la contraria:
cuantas más propiedades tiene, más atado está el dueño, más atrapado;
porque se establece una ligadura de pertenencia y posesión, un vínculo afectivo
y a veces jurídico entre el dueño y su propiedad.
Por eso, los romanos decían: la
propiedad reclama a su dueño. Así pues, cuando la propiedad se sienta
amenazada, invocará a su dueño para que éste suelte los mastines que defienden
la propiedad.
Con otras palabras: el propietario
se turbará; y en la r turbación se da rienda suelta a fuerzas ocultas y
retenidas que, al soltarse, entran en batalla para la defensa de la ciudad
sitiada. Propiedad y guerra son, pues, una misma cosa. Y en la turbación
campean, en confuso tropel, el miedo, la violencia, la incertidumbre, la
ansiedad.
Y por este camino, la apropiación se
torna en una de las principales fuentes de sufrimiento.
* *
*
El
dueño puede estar vinculado a la propiedad por medio de un nexo jurídico que,
incluso, puede ser un documento notarial inscrito en el registro civil. Pero,
sin ser propietario en este sentido jurídico, el hombre puede serlo de una
manera más sutil, y, por consiguiente, más peligrosa, estableciendo un vínculo
afectivo de apropiación con diferentes situaciones, cosas y personas.
Y en
su transitar por entre los acontecimientos y las criaturas, el hombre puede
lanzar tentáculos en todas direcciones, enganchando hoy el prestigio, mañana la
belleza y al día siguiente el éxito.
Las
adherencias pueden estar revestidas de mil distintos colores: el hombre desea
desasosegadamente que el proyecto toque el techo más alto; que aquella persona
acepte su opinión; conquistar el afecto de aquella otra persona, tan
inasequible; que fulano no se muera; que mengano desaparezca del escenario; que
aquel otro fracase; que Oriente pierda y Occidente gane; que su equipo salga
campeón; que a los secuestradores los condenen a cadena perpetua; que su
actuación resulte un gran éxito y él unánimemente aceptado y ovacionado; que a
fulano todos le hagan el vacío, y mengano pierda el pleito; los acontecimientos
transmitidos por los medios de comunicación social los rechaza o se adhiere a
ellos apasionadamente al vaivén de sus intereses.
Así
vive el “propietario”, sujeto a todo con lazos ardientes; y los lazos se le
convierten en cadenas, y la vida en una inmensa cárcel. En todo momento, cuando
presiente que sus criaturas encadenadas van a ser amenazadas, descienden sobre
él las tinieblas del temor, le domina la ansiedad y la paz huye de sus aleros
como paloma asustada.
En
efecto, el deseo de apropiación deriva rápidamente en temor al no poder poseer
el objeto deseado, o ante los eventuales competidores o usurpadores que puedan
entrar en la lid para disputarle la presa. Y el temor, reiteramos, es un
detonante desencadenador de energías tanto ofensivas como defensivas, para la
conquista o defensa de algo. Por eso, el temor es guerra. Y también fuego.
Y algo peor: cualquier cosa, persona
o situación a la que el hombre se adhiera posesivamente se le transforma en su
“dueña”; es decir, el “propietario” queda atrapado y dominado por ella. En
efecto, cuando el hombre logra asirse a alguna cosa, ésta se le transforma al
mismo tiempo en botín de conquista y en conquistadora; porque es cosa digna de
admiración ver cómo las posesiones absorben y obsesionan a los pobres seres
humanos, convirtiéndolos frecuentemente en marionetas o en muñecos ridículos.
* * *
Un hombre lleno de “posesiones” vive
entre delirios. Minimiza o sobrevalora los acontecimientos o las cosas de
acuerdo con sus deseos o temores. Un hombre así es un ser dormido. Y el hombre
dormido no puede ver las cosas como son, sino que las reviste de sus pensamientos
y las ve a la luz de sus ficciones, y no en sí mismas.
Este velo a través del cual ve la
realidad, deformándola, origina sus ansiedades e inseguridades. Es, pues, un
enajenado de la realidad real: proyecta sus sentimientos en los objetos, y es
dominado por esos mismos objetos, que están cargados con sus sentimientos.
Por eso, el hombre dormido lleva una
existencia fragmentaria, ansiosa e infeliz, porque, insistimos, vive
revistiendo la realidad con sus propios deseos inconscientes y sus impulsos
desconocidos. Gran parte de lo que considera real no es sino una sarta de
ficciones que su mente construye y proyecta. De alguna manera, las
situaciones-personas-cosas son valoradas en la medida en que el hombre se
descubre en ellas a sí mismo o sus intereses. Casi podríamos hablar de un
narcisismo cósmico.
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