Son las leyes
fundamentales del universo. Todo cambia, nada permanece. ¿Para qué angustiarse?
En un accidente mortal perdiste al
ser más querido de la tierra. Aquel día la luz se extinguió y las estrellas se
apagaron. ¿Para qué seguir viviendo?, pensaste. Aquello era el abismo, el
vacío, la nada. Pasaron los días, y en tu alma no amanecía. Pasaron los meses,
y comenzaste a respirar. Pasó un año, y el recuerdo del ser querido comenzó a
esfumarse. Después de tres años, todo desapareció: vacío, ausencia, pena,
recuerdos, todo se desvaneció. ¡Todo es tan relativo!
Existe la ley de la insignificancia
humana. Supongamos que tú eres una personalidad descollante. Existe la
impresión de que eres insustituible en el ámbito familiar, en la organización
sindical, en el mundo de la política. Y te llegó la hora de partir de este
mundo. La gente repite la consabida frase: una pérdida irreparable. A los
pocos días o semanas, sin embargo, todos los vacíos que dejaste están
cubiertos. Todo sigue funcionando como si nada hubiera sucedido. ¡Es tan
relativo todo!
En la ciudad en que tú vives,
cincuenta años atrás había una generación de hombres y mujeres que sufrían,
lloraban, reían, se amaban, se odiaban; delirios de felicidad, noches de
angustia, éxtasis y agonía... Veinticinco años después, de toda aquella
tremenda carga humana ya no quedaba absolutamente nada. Todo había sido
sepultado en la cripta del silencio... Había en tu ciudad una nueva generación
de hombres y mujeres que también se amaban, se casaban, se angustiaban;
nuevamente lágrimas, risas, alegrías, odios... De todo aquello, ¿qué queda
ahora? Absolutamente nada. Hoy en tu ciudad vive otra generación de hombres y
mujeres (entre ellos, tú mismo) que se preocupan, luchan, se exaltan, se
deprimen; miedo, euforia, noches de insomnio, intentos de suicidio... De todo
esto, dentro de veinticinco años, y aun mucho menos,
no
quedará más que el silencio, como si nada hubiera sucedido. ¡Todo es tan
relativo!
Si cuando estés angustiado y
dominado por la impresión de que en el mundo no hubiera otra cosa que tu
disgusto, si en esos momentos pensaras un poco en la relatividad de todas las
cosas, ¡qué vaso de alivio para tu corazón!
* * *
Abres el periódico una mañana, y
quedas abrumado por las cosas que han sucedido en tu propia ciudad o en otros
lugares del mundo. Lo abres al día siguiente, y de nuevo te sientes estremecido
por una serie de noticias sobre asesinatos y secuestros. Las noticias del día
anterior ya no te impactan ni existen para ti. Al tercer día, la prensa da
cuenta de nuevos horrores, que vuelven a impactarte profundamente. Las
noticias de los dos días anteriores ya se esfumaron. Nadie se acuerda de ellas.
Y así día tras día. Todo fluye, como las aguas de un río; que pasan y no
vuelven.
En síntesis, aquí no queda nada,
porque todo pasa. Absolutizamos los acontecimientos de cada día, de cada
instante; pero comprobamos una y otra vez que todo es tan relativo... ¿Qué
sentido tiene sufrir hoy por algo que mañana ya no será? La gente sufre a causa
de su miopía, o mejor aún, porque estén dormidos.
Aplica esta reflexión a tu vida
familiar, y verás que aquella terrible emergencia familiar del mes pasado ya
pertenece a la historia; y el susto que hoy te domina, un mes después sólo será
un recuerdo.
Sentado
frente al televisor, vibras o te deprimes por. los avatares políticos, los
torneos atléticos, las marcas olímpicas, los nuevos campeones nacionales,
mientras tus estados de ánimo suben y bajan como si en cada momento se jugara
tu destino eterno. Pero no hay tal: todo
es tan efímero como el rocío de la mañana. Nada permanece, todo pasa. ¿Para qué
angustiarse?
Todo es
inconsistente como una caña de bambú, tornadizo como la rosa de los vientos,
pasajero como las aves, como las nubes. ¡Relativizar!, he ahí el secreto:
reducirlo todo a su dimensión objetiva.
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