Un himno a la alegría
La
profundidad, he ahí la cuestión. Donde hay profundidad, hay vida. Donde hay
vida, allí está el hombre. Y donde está el hombre, allí están conjuntamente la
alegría y el dolor. Desde la profundidad saltan, como
vivos resortes, los grandes surtidores; y tanto más arriba llegarán cuanto más
hondo sea el subsuelo de donde brotaron. El dolor y la alegría tienen un
mismo calado. Calado es la profundidad a donde llega la quilla de un navío, en
relación y a partir de la línea de flotación. La hondura que alcanza el gozo,
alcanza también el dolor. Tanto se sufre cuanto se goza, y viceversa.
* * *
Jesús fue el varón de dolores porque
había sido un pozo de alegría, en la misma medida. Y pudo liberarnos del dolor
porque había habitado anteriormente en la región del dolor y lo conocía por
experiencia.
El Evangelio es una buena nueva, una
alegre noticia. Las raíces están siempre en la profundidad; y cuando ellas
están sanas y empapadas en la tierra húmeda, hasta la copa más encumbrada se la
ve vestida de un fresco verdor. Si los manantiales son hondos y puros, toda el
agua que brota de ellos es pureza y frescura.
Esta es la explicación de por qué el
Evangelio es un himno a la alegría. Todo brota de la profundidad humana de
Jesús; y esta región estaba habitada por la presencia amada del Abba, la
paternidad acogedora de Dios. Por
eso, su fuente interior se llama gozo, paz.
Desde esta vertiente brotaban las
palabras y actitudes de Jesús, y aquel estado de ánimo en que siempre lo
contemplamos, nimbado de confianza y serenidad. Asimismo, desde estas mismas
latitudes, pobladas por la presencia paterna, brotaba también aquella obediencia
filial y aquella disponibilidad para con todos los huérfanos e indigentes de la
Humanidad.
En el
trato personal de Jesús con Dios presentimos una carga infinita de ternura y
proximidad. Suena una melodía inefable en esas expresiones que Jesús usaba
normalmente: “Padre mío”, “mi Padre”; vibra un algo enteramente especial en
esas palabras, un no sé qué de singular y único, cuajado de confianza,
seguridad y alegría.
Debido a esto, del corazón de
Jesucristo brota un mensaje revestido de dicha; y tenemos la impresión de que
Dios fuera como un inmenso seno materno que cálidamente envolviera a la
humanidad toda; y a Jesús mismo lo sentimos cercado de llamas, frescas llamas
de alegría.
“La completa novedad y el
carácter único de la invocación divina Abba en las oraciones de Jesús muestra
que esta invocación expresa el meollo mismo de la relación de Jesús con Dios.
Jesús habló con Dios como un niño habla con su padre, lleno de confianza y
seguro, al mismo tiempo que respetuoso y dispuesto a la obediencia”.
“En la invocación divina Abba se manifiesta el
misterio supremo de la misión de Jesús. Jesús tenía conciencia de estar
autorizado para comunicar la revelación de Dios, porque Dios se le había dado a
conocer como Padre” (J.Jeremías).
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