viernes, 11 de enero de 2013

Relativizar


Pasa la comedia del mundo

            Salió al alba el hombre. Cabalgando sobre nubes blancas, dio pecho a mil aventuras y entró hasta el corazón de sonoros combates, entre locuras, sueno y oro.
            Alta era la noche y distantes las estrellas. Avanzó entre una alameda de estandartes hasta el dosel de escarlata, hasta el sitial de oro. ¡Corona, laurel y gloria!
            Descerrajó cerraduras de metal, deshizo las cadenas, recogió los huesos de los héroes, se plantó ante las fie­ras y a sus pies yacían encinas y combatientes.
            Los centauros le precedían, y sus pies dejaban, al pasar, estelas en llamas, mientras devolvía a los galeo­tes al hogar y a los cautivos a la patria.
            Pasó como relámpago de justicia por los tronos y tri­bunales y por todos los estrados imperiales, mientras guijarro, y granito, y sílice y cuarzo rodaban desan­grados hasta el seno del ventisquero.
            Después de surcar mares y estrellas en su nave de espuma, en cuya proa se leía Renombre, y después de doblegar todas las testas coronadas, regresó el hombre a su punto de partida, a las playas de arena, algas y residuos.
            Regresó y despertó.

* * *

            He comenzado el presente apartado con esta fantasía porque las dos figuras más señeras de la literatura cas­tellana, Segismundo y Alonso Quijano (Don Quijote) fueron dos hombres que despertaron después de haber representado la comedia de la vida entre sueños, locu­ras y fantasías.

“Idos, sombras, que fingís hoy a mis sentidos muertos cuerpo y voz, siendo verdad que ni tenéis voz ni cuerpo; que no quiero majestades fingidas, pompas no quiero fantásticas, ilusiones que al soplo menos ligero del aura han de deshacerse; bien como el florido almendro que por madrugar sus flores sin aviso y sin consejo, al primer soplo se apagan, marchitando y desluciendo de sus rosados capullos belleza, luz y ornamento”.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          (La vida es sueño III, 3).
            He aquí la pregunta clave: dónde está la objetividad y dónde la apariencia; cuál es el sueño y cuál la realidad.
            El gran fraude de la humanidad es vivir soñando, concediendo alegremente carne de objetividad a lo que, de verdad, es una sombra; llamando verdad a la menti­ra, y al embuste, veracidad. Y las gentes entran en esce­na, representan de maravilla sus papeles, y los especta­dores baten palmas; pero también los espectadores representan, sabiendo que todos engañan a todos; y el que no entra en la representación hace el ridículo, y sigue la farándula dentro de las sendas del arte de la comedia.

    Todo esto puede sonar a literatura. Pero no lo es; es la verdad fría y desnuda como una piedra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario