Nuestra atención, “la loca de la casa”, reclamada por
mil estímulos exteriores e interiores, danzando al son de todos los ruidos y de
todas las luces, incapaz de centrarse durante unos segundos en un punto filo,
la vamos a sujetar ahora allí donde nuestra voluntad determine.
Si bien los ejercicios anteriores han
sido y son también una ayuda preciosa para el autocontrol, las siguientes
prácticas nos ayudarán más explícitamente.
Me bulle la cabeza, se lamentan los
nerviosos. En efecto, mucha gente es incapaz de detenerse en una sola cosa, sea
una idea, una flor o una melodía. Un tropel confuso de recuerdos, imágenes y
sentimientos les cruza la mente en el más completo desorden. No saben lo que
piensan, no saben lo que quieren. En los días de descanso descansan menos que
en los días de labor, porque una mezcla anárquica de impresiones y proyectos
los domina por completo. Tampoco descansan al dormir. ¿Resultado? Siempre están
desasosegados y, sobre todo, muy fatigados.
* * *
La esencia de la concentración
consiste en hacer lo que estamos haciendo, en estar yo presente en lo que hago.
Lo importante es, pues, establecer una buena relación entre nuestra atención y
nuestros actos. Y como generalmente no estamos presentes a nosotros mismos, por
eso los estímulos exteriores nos golpean y nos hieren, porque nos toman
desprevenidos, porque estábamos ausentes de nuestra casa.
Se trata de estar atento a una sola
cosa a la vez. La atención es la facultad automática del sistema nervioso para
valorar lo que interesa y dejar de lado lo que no interesa.
Cuando
seguimos varias ideas, no simultáneas, sino entrecruzadas o interpuestas, y al
mismo tiempo no podemos desentendemos de otra idea parásita, entonces la fatiga
es muy grande. En cambio, cuando seguimos una idea con exclusión de toda otra,
o estamos atentos tan sólo a lo que hacemos, olvidándonos de todo lo demás,
entonces el cansancio es mínimo y el rendimiento máximo.
Y eso es lo que queremos conseguir
con los siguientes ejercicios:
Un paseo por nuestros señoríos. Es
un ejercicio más bien imaginativo, y su finalidad casi exclusiva es la del
autocontrol.
Puedes hacerlo con los ojos
abiertos, cerrados o semicerrados. Como siempre, la regla de oro es suprimir
en todo momento la actividad metal, y simplemente percibir, con la mente vacía.
Después de la preparación previa,
como en los otros ejercicios, concéntrate primeramente en tus pies, sin
mirarlos. Contémplalos imaginativamente con todos los detalles, como si los
estuvieses televisando o fotografiando: la forma en que están, el contacto o
distancia de un pie respecto del otro, color y diseño de los zapatos, color o
tibieza de los pies, si está frío el suelo que tocan... Sentirlo todo viva,
detenida y sensorialmente; no en tropel, sino primero una sensación, luego
otra, durante tres o cuatro minutos.
Pasa después suavemente con tu
atención a tus manos, sin mirarlas. Contémplalas sensorialmente, como si las
estuvieses televisando, en todos sus detalles: posición general, si están
extendidas. o recogidas, si estén calientes o tibias, contactos entre ambas
manos.
Después vete concentrándote dedo por
dedo, medio minuto en cada dedo, comenzando por el dedo pequeño de la mano
izquierda: si está separado o en contacto con el otro dedo, si recogido o
retirado, imaginándolos sensiblemente, deteniéndote en cada detalle.
Y ahora, delicadamente, fija la
atención en tu nariz. Percibe el aire que entra y sale por los orificios
nasales. Como es sabido, el aire que sale es más caliente que el que entra.
Percibe esa diferencia, concentradamente, durante tres o cuatro minutos.
Retira
de ahí tu atención, como sierva obediente, y condúcela a tus pulmones. Quieto,
concentrado, percibe durante unos minutos el movimiento pulmonar. No pensar, no
forzar, no imaginar ese movimiento. Simplemente,
sentirlo, seguirlo, como si tú fueras un observador de ti mismo, con gran
tranquilidad, como quien observa, sin reflexionar, la corriente de un arroyo.
Al mando de tu voluntad, retira de
allí tu atención y, suavemente, extiéndela a lo largo y ancho de tu organismo.
Con suma tranquilidad, con la máxima quietud y concentración, quédate alerta,
viendo en qué parte de tu cuerpo sientes los latidos cardíacos. Y allí donde
los sientas (en último caso, en el contacto con el pulso), instálate tú en ese
punto y quédate absorto, “escuchando” los latidos; sólo sentirlos, sin
pensar; unos cinco minutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario