viernes, 18 de enero de 2013

Sólo los “pobres” pueden amar


En el estado de sueño se suspende la conciencia, pero en cada caso de emergencia (un temblor, un incendio) se recupera rápidamente. Por el contrario, en caso de locura, la conciencia de la realidad exterior no sólo está ausente, sino que ni siquiera es recuperable en casos de emergencia.

            Como decíamos, la conciencia de muchas personas está amasada con ficciones y fantasías; y no tienen conciencia de la realidad. Ahora bien, ¿qué sucede cuando el hombre recupera la conciencia de algo de lo que has­ta entonces no tenía conciencia? Simplemente se abre al conocimiento del carácter ficticio e irreal de su con­ciencia normal, es decir, se da cuenta de que estaba ena­jenado; despierta: entra en contacto con el mundo ver­dadero, porque anteriormente estaba dormido, ajeno a la realidad.

            Podemos, pues, concluir que el sufrimiento es una pequeña enajenación. O, con otras palabras, al enajenamos, sufrimos. O sufrimos porque nos enajenamos. De alguna manera, todo sufrimiento es hijo de la fic­ción y de la mentira.

            Si el propietario jurídico, o el emotivo, deshace el vínculo y se desprende de una propiedad, más libre se sentirá. Si se desvincula de dos propiedades, sentirá doble caudal de libertad. Si, por hipótesis, renunciara afectivamente a toda las apropiaciones, sería el hombre más libre del mundo. He aquí, pues, que se abre delan­te de nuestros ojos el camino real de la liberación, la senda del desasimiento afectivo.

            El desasido “se retira”, ¿cómo decirlo?, en cierto sentido, corta aquel lazo que vincula su pensamiento a los objetivos percibidos por los sentidos. Y así adquiere aquel desprendimiento o libertad frente al mundo exte­rior. Como resultado, no se siente turbado por la per­cepción de las cosas o su recuerdo, ni amenazado por los sucesos presentes o pasados; y así, el desposeído se instala definitivamente en la región de la serenidad.

* * *

            Para que un buque mercante, amarrado con gruesos cables a un dique, pueda surcar los mares, es necesario soltar previamente esas amarras. Para. sentirse libre y pleno en la vida, el hombre necesita renunciar, soltar los tentáculos apropiadores. Es verdad: hay que luchar para poner en pie un mundo más humano; pero hay que luchar sin esclavitudes interiores, con pasión y paz.
            Desasirse equivale a tratarse a sí mismo y al mundo con una actitud apreciativa y reverente; no malgastar energías; avanzar hacia la seguridad interior y la ausen­cia de temor; caminar incesantemente de la servidumbre a la libertad. Y libertad significa dar curso libre a todos los impulsos creadores y benevolentes que yacen en el fondo del hombre.

            Son los des-poseídos y los des-asidos de sí mismos los que entran en contacto con la verdad. Y verdad es igual a libertad. Son ellos, los pobres, los sabios, los despiertos, los que renunciaron a las ficciones egolátri­cas, los que poseerán el reino de la serenidad.

            Despertar es, en alguna medida, dejar de sufrir.

            Al quitarse el velo y soltar las amarras adhesivas, las facultades mentales comienzan a funcionar sin inquietud, apaciblemente. Al des-asirse, no se altera la activi­dad del hombre, pero sí el tono interior, el clima general.
            Cuando el hombre queda desposeído, una gran li­bertad se apodera al instante de todo su ser, sintoniza fácilmente con la realidad y la percibe en plenitud. No s6lo percibe objetivamente el mundo, sino que, al soltarse de sí mismo, entra en la gran corriente unitaria, en el reino del amor.
    Con otras palabras: al dejar de aferrarse a sí mismo, adquiere esa formidable facultad de receptividad o acogida.
            Como el corazón vacío no abriga ambición alguna ni alienta intereses sobre las criaturas, primeramente las contempla en su esencial virginidad: la rosa es fragante; Antonio, sencillo; las nubes, benéficas; el proyecto no tuvo éxito; la actuación de fulano ha sido notable... Y, en segundo lugar, una profunda corriente de unidad y amor se establece entre los seres y el des-poseido. El des-asido, pobre y vacío, ofrece un amplísimo espacio libre, a donde, en un gran movimiento de retorno, re­gresan las criaturas y son acogidas en una gozosa uni­dad.       Donde hay pobreza, hay amor.

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