martes, 18 de diciembre de 2012

La entraña del mal


Las funciones psicológicas, como dijimos, no pueden tener lugar independientemente de los procesos fisiológicos, y éstos, a su vez, siempre están implicados en la estructura orgánica.
    Desde que se comprobó un aumento de secreción de adrenalina en situaciones de ira y miedo, se comenzó a buscar un sustrato bioquímico en las diferentes reac­ciones afectivas, por ejemplo, en la depresión.
            Hace pocas décadas, numerosos estudios bioquími­cos entregaron, como conclusión, la teoría de la rela­ción entre las catecolaminas y los accesos maníaco-depresivos. Según estos estudios, en la depresión habría un descenso en el metabolismo de las catecolaminas, mientras habría un aumento en la fase maníaca.
            Posteriormente surgió la hipótesis que relaciona la serotina con los trastornos depresivos en general. Efectivamente, se ha comprobado una disminución de la serotina en los suicidas y, en general, en los estados depresivos.

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            Ultimamente, nuevas investigaciones bioquímicas han propuesto una teoría dualista que explicaría las distintas formas de depresión. Según esta teoría, el misterio del trastorno depresivo se encontraría en el juego de balanza entre la serotina y la noradrenalina. En las depresiones en que prevalecen las agitaciones, como taquicardias, disturbios gástricos..., habría un aumento de noradrenalina respecto de la serotina. Y en la depresión, en que predomina la desgana, el abati­miento..., habría una elevación de la serotina en rela­ción con la noradrenalina.
            Por último, otra hipótesis supone una alteración en­zimática en el metabolismo de las catecolaminas que produciría metabolitos tóxicos, que originarían o al menos favorecerían la aparición de los trastornos depresivos.
            Todas estas teorías e hipótesis están apoyadas en el hecho de que la mayoría de los antidepresivos actúan aumentando el nivel de las catecolaminas.
            Todas las investigaciones, en general, estarían apun­tando en dirección a lo que la observación de la vida nos dice y que hemos señalado más arriba, a saber: que existe una íntima relación entre la crisis de depre­sión y la constitución endocrina; y que, según el fun­cionamiento glandular, hay personas nada propensas, poco propensas o muy propensas a los accesos depresivos.

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            Otros estudios aportan una luz sobre los mecanismos cerebrales relacionados con los disturbios depresivos. En efecto, aproximadamente en un 40 por 100 de los deprimidos se han constatado anomalías en ciertos neurotransmisores, sustancias químicas que aseguran la transmisión de la información entre las células cerebrales.
            Al estudiar las depresiones profundas, los investiga­dores han constatado igualmente que ciertas hormonas participarían en las perturbaciones observadas; el corti­sol, por ejemplo, que, segregado por las glándulas suprarrenales, ejerce tantas funciones sobre el organismo que se le ha llamado “hormona para todo”.
            Igualmente, la ciencia observa con mucho interés el papel que ejercen las hormonas sexuales. Por ejemplo, se sabe con certeza que las hormonas femeninas juegan un papel importante en la modulación del humor, lo que se hace patente durante el ciclo menstrual y la me­nopausia, períodos en que aumentan sensiblemente las crisis depresivas y los intentos de suicidio.
            La investigación suscita, pues, bastante esperanza de cara al futuro de la depresión, sin olvidar los trabajos que, por su parte, realizan los psicólogos. Porque si en los trastornos profundos predominan los elementos biológicos, en cambio, en los disturbios menos profun­dos suelen primar los factores psicológicos.

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