lunes, 3 de diciembre de 2012

La angustia


El hombre, digamos así, medieval vivía afirmado so­bre un determinado sistema de seguridades. Este sistema estaba, a su vez, constituido por una visión sobre el hombre y su destino y, en general, por una concreta cosmovisión, todo ello basado en la fe cristiana.
    A partir del Renacimiento, el esquema de ideas se fue desmoronando lentamente, y, por ende, las escalas de valores y el sistema de seguridades; y mientras se consumaba este derrumbe, el espectro de la angustia fue, paralela y simultáneamente, poblando las entrañas de la humanidad.
    ¿Es que en épocas anteriores no existía la angustia? Probablemente no en la proporción de los tiempos modernos; pero existía, aunque paliada (¿sublimada?) y absorbida por las convicciones y certezas de la fe.
Es verdad que el hombre se ha liberado de las atadu­ras de la religión; pero, al esfumarse el sistema de seguridades, el hombre se ha encontrado desplumado e in­digente frente a un abismo absurdo, náusea, nada; en suma, la angustia. ¿ De qué le ha servido tal liberación?
            Podemos afirmar que el subproducto más caracterís­tico de la modernidad es la angustia. Si nos asomamos a los horizontes de la filosofía, el teatro, la poesía, el cine, la literatura en general, nos encontraremos con la extraña identificación entre el hombre (moderno) y la angustia.

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