miércoles, 5 de diciembre de 2012

Angustia vital


Comencemos diciendo que la angustia puede ser, como la depresión, reactiva: un sentimiento ligado a circunstancias exteriores. Y, de hecho, gran parte de la angustia es, como veremos, reactiva.
            Pero hay personas que habitan en la región de la angustia sin que hayan tenido estímulos amenazantes ni causas inductoras. Es la angustia vital: nacieron así; están angustiados habitualmente y sin motivo alguno.
            Existe, pues, una personalidad ansiosa, genéticamente angustiosa: su estado de ánimo es permanentemente tenso y nervioso. Vive en ascuas, en una atmósfera inte­rior hecha de temor, incertidumbre y preocupación.
            Esta personalidad ansiosa coincide generalmente con tipos aprensivos, acomplejados, tímidos y obsesivos.
            Se sienten perseguidos por dentro y por fuera. Habi­tan en un mundo de fantasmas. En sus mansiones interiores reina un caos primordial, como efecto de la des­integración interior o falta de unidad y control. Por eso dicen los existencialistas que el angustiado siente la amenaza de la disolución de la unidad del yo.
            Se preocupan de todo. Viven los problemas de los demás, familiares, amigos, como si fueran propios; pero, en lugar de tratar de solucionarlos, se complican cada vez más a sí mismos y a los demás, porque sufren inútilmente.
    Sienten miedo de todo. Viven de aprensiones y su­posiciones, y, sobre todo, de interrogantes: ¿Qué pasa­rá? ¿Se habrán enterado? ¿Por qué no me habrán lla­mado? Está tardando demasiado, ¿no habrá tenido algún accidente? Sienten también un miedo obsesivo por la muerte, por tal o cual enfermedad, por determi­nada desgracia que les puede sobrevenir.
            Desde desconocidos abismos les suben hasta el pri­mer piano de la conciencia temores infundados, les asalta el nerviosismo, la impaciencia y la ansiedad. No son dueños de su propia casa. Todos los enemigos la han invadido y campean a sus anchas.
            Así es la angustia vital, que llega al sujeto desde más allá de su nacimiento, desde las urdimbres y combina­ciones más remotas de las constelaciones genéticas.

* * *

            Dijo Heráclito: “Nadie se baña dos veces en el mis­mo río”. También en el mundo de las vivencias hay un continuo fluir; pero debajo de ese flujo algo permanece inalterable. Las sensaciones van y vienen, los pensamientos aparecen y desaparecen, los sentimientos cre­cen y decrecen; pero la persona se siente una sola en todo momento: en medio del fluente movimiento vital se yergue el yo rector y coordinador de todo.
            Pues bien, esa unidad del yo, que es el yo mismo, es la que se siente amenazada con quebrarse en una aguda crisis de angustia. De ahí la expresión característica de quienes están profundamente angustiados: “Voy a vol­verme loco”.
            Al hablar de locura, están refiriéndose a la disolución de la unidad del yo, porque loco es quien pierde el control de sus actos. Una persona normal es aquella que mantiene firmes en sus manos las riendas de sus pro­pios actos. Si ya no puede sujetar las riendas, realizará actos ajenos a su propio ser. Se enajenará.

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