jueves, 6 de diciembre de 2012

Angustia reactiva


Los que sufren la angustia vital son los menos. Por lo general, la angustia es reactiva, provocada por circunstancias exteriores.
    Podríamos definirla como una compleja interacción que se produce entre el individuo y su ambiente.

    En toda angustia reactiva se da siempre, en primer lugar, una circunstancia exterior, portadora de un peli­gro eventual. La víbora ha entrado en la casa, pero no sabemos dónde se ocultó. Comienza a temblar la tierra. Se ha producido una fuerte turbulencia en un vuelo de avión. Mañana se decide el pleito. Se ha producido un incendio en la casa. Han secuestrado el avión en el que viajaba nuestra hija...

    En segundo lugar, se produce una tensión. El agente exterior impacta en la persona; es decir, el acontecimiento ejerce sobre la persona una fuerza oprimente. Esta presión deja una marca, herida o alteración del estado anímico de la persona, con variados efectos. Eso es la angustia.

    Ejemplos. Si recibo una pedrada, la herida será pro­porcional al volumen de la piedra y a la violencia con que fue lanzada. Sujetamos con una cuerda una piedra de cien kilos y la colgamos del techo. La cuerda se tensa en proporción al peso de la piedra, y a causa de ese peso, en el tejido de la cuerda se produce una ten­sión de tal magnitud que la cuerda se estira e incluso puede romperse.

    De la misma manera, una noticia alarmante o una terrible amenaza puede ejercer una presión tal sobre un sujeto que éste se quiebre, se desintegre, víctima del susto o el sobresalto: es la angustia reactiva.

    Si el sujeto en cuestión no tiene una respuesta ade­cuada para neutralizar la circunstancia amenazante, será víctima de una serie de reacciones psíquicas y alte­raciones fisiológicas: se pondrá tenso, temeroso, presa de nerviosismo e intranquilidad ante la incertidumbre, aprensivo y preocupado; el corazón comienza a bom­bear aceleradamente con palpitaciones irregulares, la respiración se torna rápida y agitada, se dilatan las pu­pilas, hay gran descarga de adrenalina, la boca se rese­ca, se trastorna el proceso circulatorio, empalidece el rostro... Es una crisis de angustia.

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            Esta situación tiene características muy similares a las del pánico, pero no es éste el caso más frecuente. Más común es que se susciten estados angustiosos de intensidad más benigna y duración más prolongada.
            Son aquellos casos en los que el sujeto es víctima de una tensión más sorda y latente. El síntoma típico de estos casos es el aprieto-ahogo que el paciente experi­menta particularmente en la zona del estómago-intestinos, de profundo tono menor, sin dejar de repercutir también en la zona cardíaca y en la garganta, con difi­cultades respiratorias.
            Este estado es de larga duración, y, en algunos casos, tiene carácter permanente. La estructura psíquica de este sujeto se podría comparar a la del boxeador que, a fuerza de recibir golpes suaves, se va debilitando imperceptiblemente, hasta que se torna presa fácil de la angustia vital e, inclusive, de una crisis de depresión.

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            Decimos, pues, que en toda angustia reactiva hay un agente exterior y una reacción (tensión). Ahora bien, la cuantía de esta tensión depende de una serie de fac­tores.
            En primer lugar, del fenómeno mismo, que puede ser poca cosa o puede llevar una notable carga de peligrosidad. En segundo lugar, puede depender también de la interpretación o valoración subjetiva que la perso­na impactada haga sobre el grado de amenaza o peli­grosidad que perciba en aquel acontecimiento. Y esta valoración subjetiva depende, a su vez, de la sensibi­lidad del su jeto, de su estado nervioso o de los recuerdos del pasado que, por vía de asociación, le evoque el acontecimiento. Por ejemplo, una persona que vivió antaño la experiencia de un terremoto, ante un minús­culo temblor ya entra en pánico.
            En el transcurso de la vida nunca faltará la tensión, porque los desafíos están siempre a la puerta. Y no siempre sus efectos serán dañinos. En grados benignos, la tensión puede ser motor de lucha y éxito, condición y causa de progreso, energía saludable y vital. Su per­judicialidad depende de las condiciones del sujeto para una respuesta adecuada:
            Ante una misma situación pueden darse reacciones contrarias: un sujeto la contempla como amenaza, otro como desafío, un tercero como una aventura atractiva y aun fascinante.
            Como se ve, la angustia es una alteración psicosomá­tica de gran complejidad. En suma: hay siempre un estímulo exterior, y una reacción o resistencia por parte del sujeto impactado; la magnitud del impacto depende de la evaluación del peligro objetivo, de una cierta ma­nera de ser del sujeto y de los recuerdos asociados.

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