La rutina es
motivada, en parte, por la repetición. Toda cosa o situación percibida por
primera vez luce nueva; todo lo nuevo tiene una novedad. A la captación
vivencial de esa cosa o situación la llamamos aquí novedad. Si la cosa tiene
novedad, el momento también la tiene, y percibimos la diferencia entre uno y
otro momento; a esa percepción la estamos calificando como tiempo interior.
En la medida en que la cosa o la
situación se repiten, se me “gastan” es decir, pierden originalidad o capacidad
de impacto; porque, en último término, la novedad no es otra cosa que la
capacidad de impacto que la cosa produce sobre el sujeto receptor. Pero si la
situación se repite una y otra vez y de la misma manera, pueden desaparecer el
impacto, el asombro y la novedad.
Y así vemos cómo matrimonios
que durante cuatro o cinco años vivieron plenamente su compromiso, comienzan a
deteriorarse, hasta acabar arrastrando una existencia lánguida, dominada por la
apatía, sin capacidad para infundir novedad al quehacer de cada día, sin
ilusión.
Cada día nos cruzamos en el camino con
jóvenes hastiados de la vida a sus veinticinco años, sin idealismo ni
proyectos para el futuro, ahogando su aburrimiento en el alcohol y las drogas.
Y se podría afirmar que son muy pocos los que, a lo largo de los años,
conservan aquella especie de aura primaveral, que es flor y fruto de la
capacidad de asombro. Así nos explicamos ese fenómeno humano de los
viejos-jóvenes y de los jóvenes-viejos.
* * *
Hemos dicho que la repetición
genera la rutina. Pero no siempre es exactamente así. Cuando los recintos
interiores están poblados por el entusiasmo —ese “dios” interior, que es también
un don de Dios—, una misma frase: “te quiero”, repetida cinco mil veces, puede
tener mayor novedad la última vez que la primera. Cinco mil días vividos en
compañía de una persona pueden resultar igualmente novedosos, y aun despertar
el último de ellos mayor asombro y vibración que el primero. El misterio y la
solución de la rutina residen, pues, en el interior del hombre.
Existe la tentación de recurrir
a la variedad para superar la rutina: recorrer tierras nuevas, descubrir otros
pueblos o paisajes desconocidos, entablar nuevas amistades, modificar los
hábitos cotidianos. Todo está bien y constituyen ayudas positivas.
Pero no es ése el camino de la
verdadera solución. La novedad debe venir de adentro hacia afuera, no de afuera
hacia adentro. Un paisaje incomparable, con templado por un espectador triste,
no es más que un triste paisaje. Para un enfermo de melancolía, una espléndida
primavera es como un otoño lánguido. ¡ Cuántas veces los efectos de un
sinfonía o de un poema dependen del estado de ánimo del oyente o el lector!
Lo que importa es conservar la
lámpara encendida. Cuando el interior del hombre es luz, todo es luz. Como lo
dijimos al comienzo, cuando las moradas del castillo interior están pobladas
por la alegría, también están alegres los peces del río. Un espíritu abierto al
asombro viste de novedad al universo entero.
He aquí el secreto: ser eternamente
niños, para, al igual que en la primera mañana de la creación, ser capaces de
poner un nombre nuevo a cada situación, a cada cosa, una por una.
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