Una familia con idénticos progenitores y un mismo ambiente genera
personalidades tan diferentes que, a veces, los hermanos no se parecen para
nada unos a otros en ningún sentido.
En general, en cada grupo familiar se dan elementos comunes:
físicamente, todos los hermanos son parecidos; se da bastante semejanza en
cuanto a inteligencia y tiempos de reacción (primarios, secundarios); la
semejanza se va desdibujando en lo que se refiere a estructuras
temperamentales, sensibilidad, estados de ánimo y propensión neurótica.
Finalmente, el parecido se esfuma casi por completo en lo referente a
opiniones, escala de valores, creencias religiosas, áreas de interés. A pesar
de todas las convergencias, siempre nos topamos con el misterio inédito y
absoluto de cada persona.
En cualquier grupo humano, entre
cien personas encontraremos diez que son zurdas. Desde los primeros años, el
zurdo recibe una fuerte presión del ambiente social que le rodea para utilizar
la mano derecha. Pero no puede hacerlo; lo que quiere decir que dispone de una
estructura cerebral que le impele a utilizar la mano izquierda.
De manera análoga, el ambiente
cultural presiona al ciudadano para no atentar contra su vida o la de los
demás, a moderar los impulsos sexuales o las inclinaciones alcohólicas, a
respetar la propiedad privada, etcétera; no sólo está amenazado por la presión
social, sino también por las leyes penales. Pues bien, si a pesar de todo hay
personas que cometen infracciones en esos campos, quiere decir que su
comportamiento delictivo responde a una fuerte inclinación congénita y que su
libertad está limitada en ese ámbito.
¿Hasta qué punto, por ejemplo, un
cleptómano es libre para no robar?
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