El aguijón de la enfermedad no es el dolor físico, ni la distorsión
orgánica, ni siquiera las limitaciones de que rodea al sujeto, sino la
perturbación mental.
Un perrito puede tener el colon
irritado o insuficiencia coronaria; pero como no está vuelto sobre sí mismo ni
pensando en su dolor o enfermedad, sino que vive “fuera de sí”, apenas sufre.
El perrito no molesta a la
enfermedad con su irritación; deja en paz a la enfermedad, y así ésta no es
una vecina molesta para él, sino una compañera de camino, casi una amiga.
He ahí la senda de la sabiduría. Una vez que
el hombre ha hecho y está haciendo cuanto está en sus manos para vencer la
enfermedad, debe deponer toda agresividad, no irritarse contra ella, no entrar
en enemistad con ella, dejarla en paz.
Y si va a ser porfiadamente
acompañado por la enfermedad a lo largo de los días, que no sea en calidad de
enemiga, sino de hermana y amiga. Todo cuanto se acepta se transforma en amigo,
en una reconciliación sin fronteras.
¡La hermana enfermedad!
* * *
Acepta con paz cualquier defecto
corporal: reuma, artrosis, cojera, miopía, calvicie, canicie, dentadura
defectuosa, nariz prominente, ojos apagados...; deformaciones o malformaciones
en el rostro, la boca, la piel, el cuello, los brazos, la espalda, las manos,
las piernas...; deficiencias en el oír, en el andar, en el hablar...
No avergonzarse de nada, no
entristecerse, no ruborizarse, no irritarse, no resistir; aceptarlo todo tal
como es, dejar que todo sea hacerse amigo de esas deficiencias, ver los
ángulos positivos, agradecer... pensar que, si eres miope, pudiste haber nacido
ciego; si no eres bello, podrías haber sido contrahecho.
A pesar de todo, eres una maravilla,
y ¡gracias!
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