domingo, 4 de noviembre de 2012

El tiempo pasado - I


El tiempo es metafísicamente irreversible. No es po­sible hacer el viaje de regreso al pasado a lomo del tiempo. No podemos retroceder ni un minuto ni un segundo. Todo lo que ha sucedido desde este instante para atrás es un hecho consumado, un imposible. Y la rememoración del pasado puede convertirse en el ma­nantial más abundante de tristeza y sufrimiento para la mayoría de las personas. Es hora de despertar, y... los imposibles, dejarlos.
            ¿Qué diríamos de una persona que se acercara a una pared y comenzara a darse golpes contra ella? Pues ésa es la situación de quien se empeña en amargarse la vida recordando y reviviendo historias dolorosas. Historias que son tan inconmovibles como los muros de una ciu­dadela. Los muros de tu casa, aunque sean de hormi­gón, pueden ser derribados golpe a golpe. Pero los blo­ques de los hechos consumados no serán removidos ni un milímetro por los siglos.
            Avergonzarse de ellos recordándolos es como darse de cabeza contra la pared. Si nunca han de ser removidos, ¿por qué empeñarse en empujarlos? ¿Para qué re­sistirlos? Déjalos.

* * *

Hace cinco años te calumniaron. Hace dos años y medio te traicionaron. Sólo hace una semana hiciste el ridículo en un momento decisivo para tu vida profe­sional. Ocho meses atrás perdió la vida en un accidente de carretera uno de los tuyos. Hace siete semanas te viste envuelto en aquel juego de envidias y maledicen­cias y estuviste a punto de perder tu empleo.
            Los hechos ya están consumados. Aunque viertas un mar de lágrimas, aunque te encolerices derramando amargura como un volcán, todo es inútil; esos hechos no serán alterados jamás. ¿Para qué resistirlos? Déjalos en el olvido.
            Al recordarlos, les vuelves a dar vida. Es una locu­ra. Sólo tú eres el afectado, y sufres. Quienes tanto daño te hicieron disfrutan ahora de la vida alegremen­te y nada les importa de ti. Ellos viven su vida y tie­nen sus propias preocupaciones. Al removerlos en tu recuerdo, sólo tú sufres, sólo tú te quemas. Estás dán­dote de cabeza contra los muros irremediables. Es una insensatez. Despierta, y las cosas que no tienen reme­dio, relégalas al olvido. Basta de sufrir.
            Graba bien esto en tu mente: las furias de tu corazón nada podrán hacer para que lo que sucedió no hubie­ra sucedido.

Hay personalidades con las siguientes características: son fuertemente subjetivas y con tendencias pesimistas. Y, naturalmente, viven dominadas por delirios de persecución, accesos de suspicacia y de aprensión. Estas personas no viven, agonizan. A lo largo de los años me he encontrado a diario con esta clase de personas, si bien con fallas en proporciones diferentes.
            Viven recordando historias pasadas, a veces muy re­motas, en las que ellas se vieron envueltas en circunstancias desagradables; enfrentadas con personalidades importantes, por las que se sintieron despreciadas o re­chazadas, o, al menos, subestimadas. Y ahora, después de tantos años, al recordar todo aquello, se llenan de vergüenza, tristeza y confusión tan vivamente como si hubiera sucedido ayer mismo.
            Todo es una desgraciada re-creación subjetiva.
Cuando uno les dice: mira que estés metido en un sue­ño irreal, que todo es mentira, nada de eso existe ahora..., sienten un gran alivio.
            Para estos sujetos, que son muchos, los archivos de su vida son una fuente abrumadora de tristeza. Revi­ven su historia con los colores más negros. Sin darse cuenta, porque están dormidos, continúan imaginaria­mente envueltos y enredados entre los pliegues de aquellos acontecimientos, ya tan lejanos, culpando a los demás, agrediéndolos mentalmente y esforzándose por justificarse ante sí mismos y ante los demás.

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