El hombre, con
su furiosa resistencia mental, ha transformado la muerte en la emperatriz de la
tierra y señora del universo. Ninguna realidad encuentra tanta oposición como
ella, y por eso es la enemiga por antonomasia del hombre y de la humanidad. Y
crece en la medida en que se la rechaza.
No obstante, no es ninguna realidad.
Es, simplemente, un concepto subjetivo y relativo; y, por cierto, el peor
aborto de la mente.
A este simple hecho o idea de
cesar, el hombre lo reviste con colores rojos y perfiles amenazantes; cuanto
más piensa en ella, más la teme, y cuanto más la teme, más la engrandece, hasta
transformarla en espectro y maldición, abismo y vértigo alucinante.
Nace el hombre; a poco, abre los
ojos, y allá, a lo lejos, divisa aquella puerta entreabierta que un día tendrá
que transponer; y este pensamiento hace que su vivir sea un morir, porque
aquel abismo lo seduce y aterra al mismo tiempo.
Es necesario despertar y tomar
conciencia de que el mismo hombre, y sólo él, es quien engendra este fantasma.
* * *
Una golondrina no muere; simplemente
se extingue, como una vela. Otro tanto sucede con animales considerablemente
agresivos, como un tiburón, un rinoceronte o un toro. El más temible de los
felinos es el leopardo. Cuando este felino es acorralado y atacado, al instante
pone en juego su acometividad mortal.
Pero cuando la muerte pone en jaque
al leopardo a través del torrente vital, el félino no resiste ni contra-ataca;
humildemente se retira a un rincón de la selva, se acuesta y se deja llevar por
la muerte como un manso corderito. No muere, porque no resiste; no hay agonía.
Por muy leopardo que sea, también él se apaga como una humilde vela.
El único ser de la creación que se
hace problemas (¡y qué problemas!) con la muerte es el hombre: es en su mente
—como dijimos— en donde a un simple concepto, la idea de acabar, la reviste
con caracteres de maldición y estigma definitivos, y por eso se resiste a esa
idea con uñas y dientes, transformando ese trance en el combate de los
combates; precisamente, agonía significa, etimológicamente, lucha, el combare
por antonomasia.
* * *
La magnitud de la victoria de
la muerte sobre el hombre está en proporción con la desesperación y
acometividad con que el hombre la rechaza. El problema principal de la
humanidad no es cómo eliminar a este supremo enemigo (lo que, por otra parte,
es una ilusión, porque todo lo que comienza acaba), sino en cómo hacer para
transformar a la muerte en una hermana, una amiga.
Y nosotros ya sabemos qué
hacer: hay que dejarse morir. Una vez que se ha hecho lo posible por
esquivarla, pero “ella” ya está aquí golpeando la puerta, es preferible abrir
voluntariamente la puerta, antes de que ella la derribe violentamente.
Es necesario despertar y
convencerse de que todo lo que nace muere; y que, llegada la hora, de nada
sirve resistir. Repetimos: ¿qué diríamos de una persona que se da de cabeza
contra una roca? La roca está ahí, inmóvil, inevitable. Déjala, y nada sucede.
Pero es el hombre el que, en su insania, se da de golpes contra ella,
estrellándose. La muerte está ahí, inexorable, como un acantilado. Pretender pulverizar
el acantilado a golpes de martillo es una inmolación sin sentido.
Después de que se ha hecho lo
posible para sostener en alto la antorcha de la vida, llegada la hora, y cuando
“ella” está ya a la puerta, es una locura oponerse al desenlace inevitable. En
ese trance, la sabiduría aconseja colgar la espada, soltar los remos, dejarse
llevar.
El hombre debe hacerse amigo de
la muerte; es decir, debe hacerse a la idea, hacerse amigo de la idea de tener
que acabar. Serenamente, sabiamente, humildemente debe aceptar acabarse:
soltar las adherencias que, como gruesas maromas, lo amarraban a la orilla,
y... dejarse llevar mar adentro.
Todo está bien. Es bueno el
duro invierno; luego vendrá la primavera. Después que yo acabe, otros
comenzarán, así como muchos tuvieron que cesar para que yo comenzara. Las cosas
son así, y es bueno que así sean, y hay que aceptarlas como son. Yo acabaré,
otros me seguirán; y en su incesante ascensión, el hombre volará cada vez más
alto y más lejos. Todo está bien.
Esta
es la victoria del hombre sobre la muerte. Y de esta manera hemos acabado
transformando al peor enemigo en un amigo.
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