sábado, 24 de noviembre de 2012

Impotencias y limitaciones - I


He aquí el misterio del hombre: infinito en sueños y tan poca cosa en posibilidades.
            Como esas hendiduras abiertas en las pendientes de las montañas, así lleva el hombre marcadas en sus raíces unas fronteras infranqueables: desea mucho y puede poco; apunta alto y clava bajo; hace lo que no le gusta y no puede hacer lo que le gustaría; intenta ser humil­de y no puede; se esfuerza por agradar a todos y no lo consigue; se propone metas concretas y, frecuente­mente, se queda a medio camino.
            Brega por transponer sus propias fronteras, suavizar los rasgos negativos de su personalidad; pero ciertos condicionamientos, que le vienen desde los senos más profundos de su ser, se le cruzan en el camino. Cuántas veces lucha por extirpar sus rencores, soslayar sus en­vidias, calmar sus tensiones y proceder siempre con pa­ciencia y bondad...; pero no se sabe qué demonios inte­riores interceptan sus esfuerzos y lo dejan maniatado.
            Originalmente el hombre es contingencia, precarie­dad, limitación e impotencia. He aquí el hontanar más profundo del sufrimiento del hombre: sus propias fronteras.

* * *

            Ya desde su primera infancia, el ser humano se ciñe con el complejo de la omnipotencia: el niño vive la impresión de que el mundo entero gira en torno a él; y, respirando vapores narcisistas, mitifica cuanto le rodea:
sus padres tienen belleza y poder, su hogar es el más importante del vecindario; y en medio de tanta mara­villa, él, por supuesto, es una perla preciosa.
            En cuanto se asoma al balcón de la vida, el niño co­mienza a despertar de aquel fantástico sueño, y comprueba que sus padres no son tan maravillosos como se había imaginado, ni su familia tan encumbrada, y que él tampoco es el eje del mundo.
            Es un despertar amargo, ciertamente; pero es tam­bién el primer paso hacia la “salvación”.
    El gran desatino, el error fundamental del hombre, consiste en querer permanecer encerrado, como en un tibio seno materno, en el limbo de los sueños y las fic­ciones. Sin darse cuenta, puede dedicarse a dar a luz ilusiones de omnipotencia y narcisismo haciendo girar en sueños el mundo y su escena en torno a su eje. Son muchos los que viven así.
            Pero como la vida no es ensueño, la dura realidad le obligará a despertar a cada instante; y así es como su existencia puede transformarse en una cadena ininte­rrumpida de sobresaltos.
            El primer capítulo de la sabiduría aconseja al hom­bre mirar con los ojos abiertos la fría objetividad, permanecer sereno y sin pestañear ante las asperezas de la realidad, aceptándola tal como es: que somos esencial­mente desvalidos; que es muy poco lo que podemos; que nacimos para morir; que nuestra compañía es la soledad; que la libertad está mortalmente herida; que es muy poco lo que podemos cambiar; que, con gran­des esfuerzos, vamos a obtener magros resultados...
            Pero en lugar de mirar fríamente la cosa y aceptarla serenamente, el hombre puede sentirse también tenta­do a apartar la vista o esconder la cabeza bajo el ala, como el avestruz; a cubrirse de falsos rostros y atavíos ajenos, o, simplemente, buscar vías derivadas y salidas evasivas. ¡Vana ilusión! Tarde o temprano, las falsas seguridades se las llevará el viento, los maquillajes se desteñirán bien pronto, y el hombre se encontrará de nuevo desnudo y desvalido frente a la realidad fría y hostil. Es inútil: no hay retirada posible. Hay que co­menzar por enfrentar la cosa y aceptarla sin turbarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario