Hemos dicho que los acontecimientos-personas-cosas son mis enemigos en
la medida en que yo los rechazo. Las cosas me agradan o desagradan a la vista,
al oído y a los demás sentidos; y al desagrado corresponde mi rechazo o
resistencia. Pero “desagrado” es un concepto relativo; hace referencia a la
relación entre el objeto-agente y mi sensibilidad. Y esta sensibilidad es, o
puede ser, terriblemente subjetiva: tornadiza, según el viento de los
preconceptos, juicios de valoración, convicciones, fuerza de voluntad, estados
de ánimo...
En el fondo, podemos decir que
todo sufrimiento es una resistencia mental; y donde hay resistencia, hay
sufrimiento. Ahora bien, si el hombre acaba constituyéndose en enemigo de todo
cuanto rechaza, puede llegar a transformarse en un ser universalmente sombrío,
suspicaz, temeroso y temible a la vez. Y puede entrar en un círculo vicioso:
cuanto más le desagradan las cosas, más las rechaza, y cuanto más las rechaza,
más le desagradan. Urge salir de estos círculos de fuego. Busquemos las
puertas de salida. ¡Basta de sufrir!
* * *
La resistencia emocional es una
oscura fuerza subjetiva que tiende a anular y dejar fuera de combate todo
aquello que le desagrada. Un rechazo mental, con una estrategia aplicada
metódicamente, puede ayudar a vencer, parcial o totalmente, a ciertos enemigos
del hombre, como la enfermedad, la injusticia, la pobreza.
Por eso, y para evitar caer en los
brazos de la pasividad, el caminante, frente a los obstáculos que le salen al
paso en el camino, debe preguntarse: ¿Puedo anular este obstáculo? ¿En qué
medida puedo mitigar su virulencia o peligrosidad? ¿Hay algo que hacer?
Y, como respuesta, nos encontraremos
con realidades hostiles al hombre, que pueden solucionarse en un ciento por
ciento; o, en algunas ocasiones, en un porcentaje menor: el 40, el 15 o el 5
por 100. En este caso hay que encender todos los motores, y poner en acción una
estrategia con la plenitud de fuerzas, para dejar a los “enemigos” fuera de
combate.
Puede suceder también que tengamos
que enfrentarnos con situaciones o realidades que nos desagradan o nos
provocan rechazo, y que no está en nuestras manos solucionarlas o son
esencialmente insolubles. Las denominamos situaciones límite, hechos consumados
o, simplemente, un imposible.
Y dejamos constancia aquí de lo que
irá apareciendo a lo largo de estas páginas: que, en una proporción mucho más
elevada de lo que pudiéramos imaginar, somos impotencia; que muchas veces no
hay nada o muy poco que hacer; que nuestra libertad está profundamente
condicionada, a veces aprisionada y con frecuencia anulada; que somos
esencialmente indigentes; que lo que podemos es muy poco o casi nada. Quien sea
capaz de aceptar todo esto sin sublevarse, ya está a la mitad de camino de la
liberación.
Así pues, enfrentados a situaciones
dolorosas, deberíamos preguntamos: ¿Puedo modificar esto que tanto me molesta?
¿En qué medida? ¿Qué es lo que puedo hacer? Si las puertas están abiertas y es
posible hacer algo, hay que avanzar decididamente por esas puertas hasta el
campo de batalla para librar allí el combate de la liberación.
Pero si las puertas están
cerradas y no hay nada que hacer, es locura reaccionar airadamente, como si
pudiéramos anular lo irremediable con actitudes agresivas.
He aquí, pues, la puerta ancha de la
liberación: los imposibles, dejarlos.
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