He ahí la obsesión: noche de fantasmas, mar sin fondo de angustia y
ansiedad. Leyendo las páginas precedentes, el lector se habrá preguntado: y
¿qué hacer para ahuyentar tantas sombras?
El fenómeno es sumamente complejo.
Hay personas cuya constitución genética, recibida a través de los cauces
hereditarios, es muy proclive a las fijaciones obsesivas. Basta con que en su
entorno vital haga, de pronto, su aparición un factor estimulante, a modo de
detonador, y entran rápidamente en crisis, se sienten sitiadas por la
obsesión y no ven la manera de salir de esa situación.
Estos
detonantes pueden tener tonalidades muy distintas. Podríamos multiplicar los
ejemplos para demostrar cómo un mismo motivo, que a unos les provoca un pavor
obsesivo, a otros los deja fríos; o lo que hoy asusta y obsesiona a una
persona, al mes siguiente no le causa ningún efecto, y viceversa. Como
veremos, el fenómeno depende también de los estados de ánimo: cuando un sujeto se halla en un estado
altamente nervioso o dispersivo, normalmente será fácil presa de las
obsesiones, lo que no sucederá cuando se encuentra tranquilo y en una situación
normal.
En otras ocasiones se dan una serie
de motivaciones y móviles que, desde la oscuridad, actúan sobre la persona. En
este caso, los contenidos obsesivos se hallan ligados a la historia vital
interna de la persona, en la que unas vivencias se engarzan con otras,
emergiendo en la obsesión como una síntesis de carácter simbólico entretejida
de acontecimientos pasados. -
En este caso, un buen tratamiento de
psicoanálisis puede ayudar a descubrir y sacar a la luz las oscuras
motivaciones que engendraron la obsesión. Con frecuencia, el mero hecho de
tomar conciencia de lo que sucede en el misterioso plano de los submundos interiores
suele ser el principio de la curación.
* * *
No nos estamos refiriendo aquí,
lo repetimos una vez más, a los enfermos obsesivos, aquellos que necesitan una
atención médica, sino a los que son obsesivos normales, sin olvidar que también
éstos pueden caer, por emergencia, en crisis insostenibles.
Según he podido observar, estos
obsesivos normales entran casi siempre en este temible círculo vicioso: la vida
agitada, las pesadas responsabilidades, así como un entorno vital estridente y
subyugador, conducen a estas personas a una desintegración de la unidad
interior, que rápidamente deriva en fatiga cerebral, ya que, en fin de cuentas,
toda dispersión no es sino una gran pérdida de energías, como también sucede
con la desintegración del átomo.
Esta fatiga cerebral deriva
inmediatamente en fatiga mental. Y fatiga mental no es otra cosa que debilidad
mental, o lo que es lo mismo, incapacidad de ser señor de sí mismo, de
adueñarse del curso de la propia actividad interior. El sujeto se siente
impotente para retener y controlar las riendas de sus recuerdos, imágenes y
emociones. Es la impotencia.
Al sentirse la persona mentalmente
débil, los pensamientos y recuerdos, por lo general desagradables y sin motivo
ni razón de ser, se instalan en ella, apoderándose con facilidad de su mente y
ocupando todo su territorio. Y siendo el enemigo —la obsesión— más fuerte que
el dueño de la casa —la mente— ésta acaba siendo derrotada por aquélla.
Viéndose dominado e impotente para
enfrentar al enemigo, el hombre es fácil presa de la angustia ansiedad, que, a
su vez, produce una fatiga y debilidad mentales cada vez mayores. Cuanto mayor
es la debilidad mental, mayor es la fuerza de las obsesiones para adueñarse,
sin contrapeso, del hombre, con la secuela de una angustia cada vez más
intensa.
Este es el círculo vicioso,
mortífero y fatal, que mantiene a tantas personas, y por tanto tiempo, presas
de insufribles agonías.
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