Sin embargo, y
por lo dicho, la rutina es la fuerza más desestabilizadora de las instituciones
humanas y de la vida misma. Por de pronto, es, sin duda alguna, el roedor más
temible de la institución matrimonial. Más allá de los problemas de adaptación
que pueden surgir entre los esposos, ya desde el viaje de luna de miel comienza
la rutina a socavar las raíces de la ilusión y el amor.
Se hace presente en las oficinas de
los profesionales, en las actividades de los sacerdotes, en las tareas maternales,
en la vida de las comunidades y los grupos; en fin, se apodera de todo el
quehacer humano, hasta reducirlo todo a monotonía y aburrimiento. Por los efectos
de la rutina, las personas experimentan una constante caída de tensión en sus
compromisos, pierden el ímpetu inicial, aflojan en el entusiasmo. Y aparece la
apatía, desfallece la ilusión y se hace presente la tibieza. Nada es frío ni
caliente, y por eso todo acaba causando tedio.
Una preciosa melodía que hoy nos
arrebata, luego de escucharla quince veces, ya no nos gusta tanto, porque se
nos está gastando. Si la oímos treinta veces, acaba por aburrirnos; y después
de escucharla cincuenta veces, nos produce hastío. Un manjar exquisito,
repetido durante varios días, mañana y tarde, primero cansa; luego, fastidia,
y, finalmente, nos provoca náuseas.
* * *
¿Qué
es, pues, la rutina? Si es difícil detectarla, más difícil es describirla y
prácticamente imposible definirla.
Hay unos cuantos conceptos
cuyas fronteras se entrecruzan con la rutina. Ellos son: aburrimiento,
monotonía, tedio, náusea. A veces, no se perciben claramente las líneas
divisorias entre unos y otros.
Digamos que cada momento nos ofrece una nota de novedad respecto del
momento anterior. Por ejemplo:
ahora hago
gimnasia; anteriormente me había aseado; luego me dirijo a la oficina y trabajo
durante varias horas; más tarde atiendo el consultorio; después oigo música; a
continuación almuerzo; más tarde salgo de paseo... Es evidente que,
objetivamente, cada momento es distinto del anterior, porque cada momento tiene
un contenido —actividad— que le es propio.
Pero si, realizando actividades
diferentes, yo no las percibo como distintas, ya estamos enfrentando el
aburrimiento y situándonos en el umbral de la rutina. Ahora bien, si cada
momento, como lo hemos dicho, implicaba una actividad peculiar, al perder ésta
su relieve, aquellos momentos acaban perdiendo sus perfiles y sobreponiéndose
los unos a los otros. Y así se desvanece y fenece el tiempo interior. Y
estamos plenamente atrapados en las redes de la rutina.
* * *
La rutina aparece, pues, cuando
las cosas comienzan a perder sus perfiles diferenciadores para mí; las cosas
pierden novedad, todo es igual, todo es informe y amorfo. Y entonces entra en
juego la monotonía, que es madre e hija de la rutina. Y, como consecuencia, los
elementos diferenciadores de cada momento comienzan a perder relieve,
sobreponiéndose unos a otros, y tenemos la sensación de que el tiempo se ha
detenido, es decir, que ha muerto el tiempo interior, que marca la transición
entre una situación presente y la que le sigue.
Y peor aún: desaparece la capacidad de asombro, que es la facultad de
percibir cada cosa como nueva, e incluso de captar cada vez como nueva una
misma situación; lo que hace que la vida misma se torne en una eterna
“poesía”, como aquella mañana de la creación en que el hombre ponía su nombre a
cada cosa por obra y gracia del asombro. Cuando aparece la rutina, muere el
asombro; o, mejor, la muerte de la capacidad de asombro se llama rutina.
Así es como la vida pierde sazón y
sentido, belleza y novedad. Y por este camino pueden llegar el tedio y la
náusea. Cuando un alimento se desnaturaliza, se corrompe; y entonces se
produce esa reacción vegetativa que liamos náusea.
De la misma manera, cuando las
cosas, y la vida misma, pierden su naturaleza propia o identidad específica,
el hombre puede experimentar aquello que los antiguos llamaban tedio de la
vida, es decir, la náusea a nivel psicológico o experimental. Muchos dicen: ya
todo me da igual. No se trata propiamente, como se ve, de una sensación de
sufrimiento; pero ¿cabe sufrimiento mayor?
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