La dispersión,
en sí misma, no es un germen de sufrimiento; más bien es efecto de múltiples
factores que en seguida estudiaremos; pero, de todas formas, conlleva entre
sus pliegues notables dosis de esa sensación desagradable que llamamos
desasosiego; y éste transpone con la mayor facilidad las fronteras de la
angustia.
La dispersión, en el sentido en el que
la vamos a analizar aquí, se identifica, en cuanto al contenido y efectos, con
el nerviosismo, entendiendo por nerviosismo una sobrecarga de energía
neuroeléctrica en estado de descontrol.
La dispersión es la enfermedad
típica de la sociedad moderna, la sociedad tecnológica. No está tipificada en
ningún cuadro clínico; pero, de hecho, viene a ser el subsuelo ideal en el que
normalmente germinan y se alimentan la depresión y la obsesión y, sobre todo,
la angustia.
* * *
En definitiva,
la dispersión es la desintegración de la unidad interior. Sentirse integrado
interiormente equivale a gozo y fuerza. Una persona dividida, en cambio,
experimenta desasosiego y debilidad.
El sujeto dispersivo, en lugar de sentirse unidad, se siente como un
acervo de fragmentos de sí mismo, yuxtapuestos y sin coherencia, como si
diferentes y contradictorias fuerzas clavaran sus garras en él y lo tironearan
en direcciones contrarias: desafíos por este lado, amenazas por el otro;
frustraciones por aquí, entusiasmos por allá. ¿Resultado? Un descoyuntamiento,
una formidable descomposición interna que le hace sentirse al hombre abatido e
infeliz; infeliz, porque se siente débil, y débil, porque se sabe incapaz de
retener en sus manos las riendas de sus energías e impulsos.
Es la dispersión, sobre todo cuando
alcanza grados elevados, una de las sensaciones humanas más desapacibles,
porque envuelve la vida toda con una vestidura tejida de malestar, nerviosismo
e inseguridad, en que el vivir mismo es un desagrado.
* * *
Muchas veces se me presenta el
hombre de hoy como una fortaleza asediada por tierra, mar y aire, con el
agravante de tener encerrados y escondidos dentro de sus propios muros a
numerosos enemigos.
Las presiones provienen de todas
partes y convergen certeramente en el corazón de la fortaleza; no raramente,
el lugar de trabajo es un avispero de intrigas; con frecuencia, el hombre
siente a su costado una despiadada competencia profesional; muchas veces, las
relaciones familiares son fuente de incomprensiones; y con cuánta frecuencia,
¡ ay!, el santuario del matrimonio se convierte en un cuadrilátero de combate y
dolor; la salud experimenta alternativas inquietantes; la contaminación
ambiental, el congestionamiento del tráfico, las multitudes hacinadas, las
alteraciones atmosféricas, las irradiaciones telúricas, la granizada invisible
de los rayos cósmicos... El sistema nervioso del pobre hombre recibe este
asedio implacable y va debilitándose golpe a golpe, hasta acabar como un
luchador vencido.
Hay personalidades que, a causa de
su sensibilidad, son más vulnerables; y estos hirientes estímulos pueden
causarles estragos, hasta el punto de acabar en la angustia vital.
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