Fue una reunión familiar. Antonio estaba sentado conversando con su hija Verónica, que pronto iba a ser madre. La ilusión por enfrentar una nueva etapa de la vida la condujo a pedirle consejos a su papá, quien luego del deceso de su esposa se dedicó de entero a sus tres hijos.
Antonio, con sus 55 años vividos con mucho esfuerzo para educar a sus retoños, hecho que lo llevó a encontrar sabiduría, y con la satisfacción de verlos ahora mayores, tomó la palabra y les dijo:
A eso de caer y volver a levantarte, de fracasar y volver a comenzar, de encontrar el dolor y tener que afrontarlo... A eso no lo llamés adversidad, sino: sabiduría
A eso de sentirte impotente, de fijarte una meta y tener que seguir otra, de huir de una prueba y tener que encararla, de aspirar y no poder, de querer y no saber, de avanzar y no llegar. A eso no lo llamés castigo, sino: enseñanza.
A eso de pasar días radiantes, días felices y días tristes, días de soledad y días de compañía. A eso no lo llamés rutina, sino: experiencia.
A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan, que tu alma irradie y tu corazón ame... A eso no lo llamés poder humano sino, milagro divino.
A eso de que tus ojos estén leyendo este mensaje y que tengás el tiempo para disfrutarlo, que escuchés esa melodía y tengás esa sensación de cariño... A eso no lo llamés casualidad sino: amistad
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