El pensamiento
obsesivo se manifiesta frecuentemente en forma de interrogación, la cual
incluye el miedo, que, a su vez, es un auténtico detonante:
¿Y si no duermo esta noche? Esta
duda se torna obsesión, y la obsesión en angustia, y la angustia les impide
dormir.
¿Y si me pongo colorado ante esta
persona? La idea fija y el miedo desencadenan un proceso, y le salen todos los
colores. Lo que tanto temía y se esforzaba por reprimir, se le impone.
¿Quién sabe si la presencia de
fulano en la sala, durante mi charla, no me pondrá nervioso? Y, efectivamente,
la fijación de esa persona le bloquea completamente la inspiración.
Como
se ve, la duda y el miedo actúan como detonantes.
* * *
El barullo de la calle, el
tictac del reloj, el ruido del agua, ¿no me perturbarán el sueño? Y se lo
perturban.
¿No me impedirá estudiar el
ruido del televisor? Y, por supuesto, se lo impide; pero no es el mido, sino la
idea obsesiva del ruido.
¿No me impedirán dormir los
ronquidos de mi compañero de habitación? Y claro que se lo impiden; pero no
son los ronquidos, sino la idea fija de los ronquidos.
Sabes que aquella persona
piensa y dice que tú eres antipático. Te encuentras con ella, tratas de
mostrarte simpático, pero te comportas con mayor torpeza que nunca. La idea
obsesiva desencadena el proceso contrario: lo que intentabas evitar se te
impone y domina.
¿Y si no doy bien la lección,
si esta operación no me resulta, si se me olvida toda la materia de examen? Y
claro que se le olvida, y opera desmañadamente, y da la lección de la manera
más deslucida.
La mayor parte de las llamadas
dudas de fe se reducen a eso: el miedo represivo hace que aquello que se
quiere evitar se le imponga y lo domine a uno. No son, pues, dudas de fe, sino
reacciones psicológicas.
La misma cosa acontece con los
pensamientos o deseos deshonestos: lo que se teme y reprime contraataca en la
medida en que se reprime; es como un resorte demasiado apretado: cuanto más se
lo fuerza, más fácilmente salta.
La
duda degenera casi siempre en inquietud obsesiva; en relación con la salvación
eterna, se plantea de esta forma: ¿quién sabe si me salvaré? ¿Y si estuviera
predestinado a la condenación eterna? He conocido sacerdotes ya ancianos con
dudas (duda obsesiva) acerca de la validez de su vocación, y, por consiguiente,
de sus misas y confesiones. ¿Cabe angustia mayor? La religión sobre todo si
está basada en la culpa y el temor, es una de las fuentes más profundas de
obsesión y angustia. Hay personas que se confiesan diariamente, y aun varias
veces por día, porque se les pone en a cabeza que no manifestaron bien sus
pecados. Y cuantas más veces se confiesan, más intranquilos están..., pensando
si habrán consentido en tales o cuales pensamientos o imaginaciones. ¡ Una
tortura! Y dicen: si yo no tuviera el aguijón de estos escrúpulos sería la
criatura más dichosa del mundo
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