Entremos, pues, en la tierra sagrada de la objetividad. Necesitamos
declarar la guerra a los ensueños, desplumar las ilusiones, tomar con ambas
manos la piedra dura y fría de la realidad y avanzar así hacia el reino de la
sabiduría.
En este capítulo estarnos
tratando de descubrir las raíces del sufrimiento. Nuestro intento es
eliminarlo, o al menos, mitigarlo. Para lograr este intento, digamos, para
comenzar: busquemos la línea divisoria entre lo posible y lo imposible; lo
posible, para enfrentarlo y superarlo; lo imposible, para dejarlo atrás.
La personalidad es producto de dos
factores: herencia y ambiente. Comencemos por el primero.
Haciendo una inmersión en el
misterio radical del hombre y su libertad, descendamos en las aguas profundas
hasta tocar el fondo del misterio: la composición bioquímica de la célula:
analizaremos las últimas moléculas llamadas genes, donde está “escrita” con
caracteres generales mi propia historia.
* * *
En la segunda mitad del siglo XX se
han producido descubrimientos trascendentales en diversos campos de la ciencia.
Pero hay un avance que supera a los demás, y es el de la biología molecular, o
más concretamente, el descubrimiento del código genético, que, a la larga,
superará en trascendencia al de la energía nuclear. La ciencia del futuro es, pues,
efectivamente, la biología molecular, y el ascenso del hombre seguirá los
rumbos que le marque la ingeniería e industria genéticas.
Hace más de un siglo, experimentos
hechos con guisantes por Gregor Mendel lo llevaron a establecer una primera
regla genética por la que atribuye a ambos progenitores igual participación en
la determinación de los rasgos hereditarios. Los factores hereditarios fueron
bautizados, a principios de este siglo, con el nombre de genes.
A fines del siglo pasado, los
científicos observaron en el microscopio que una célula, para poder dividirse
(reproducirse), comenzaba a desplegar a uno y otro lado unos corpúsculos, a
modo de filamentos, que más tarde recibirían el nombre de cromosomas.
Por otra parte, en la misma
época se logró aislar del núcleo de la célula un elemento que se llamó
nucleína. De esta nucleína consiguieron los bioquímicos desprender el ácido
nucleico, un azúcar de cinco carbones, comprobándose que este azúcar tenía un
oxígeno menos que la ribosa, y por eso se la llamó desoxirribosa. Y así, sin
más, nos encontramos ante el ácido desoxirribonucleico, el famoso ADN, el cual
viene a ser el portador del código genético.
Un gen es un fragmento de ADN con
“información”, es decir, con un manual de instrucciones para programar un
organismo. Cada individuo tiene una peculiar organización
proteínico-enzimática que, en forma de cable cifrado o de cerebro electrónico,
anida en el interior del gen; y esa organización viene a ser la base de la
constitución y desarrollo de las sustancias celulares y glandulares, tejidos y
órganos y, a través de todo esto, la base de las tendencias y rasgos
fundamentales del individuo y, por ende, de su comportamiento.
En suma, cada uno de los genes
están, según se cree, en un orden estable y constante a lo largo de cada cromosoma,
desencadenando procesos enzimáticos que conducen a la aparición de los
caracteres hereditarios.
En el núcleo de cada célula hay
cuarenta y seis cromosomas; y no se sabe el número exacto de genes que hay en
cada cromosoma; se estima que pueden variar entre diez mil y cien mil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario