Frente a este
panorama, salvarse significa ir suprimiendo o disminuyendo las fuentes del
sufrimiento mediante ejercicios y prácticas que más adelante expondremos,
trasponer las fronteras del dolor y de la angustia, superar la preocupación
obsesiva por si mismos, y así, adquirir la presencia de ánimo, el autocontrol
y la serenidad, y, naturalmente, recuperar las ganas de vivir.
Salvarse significa soltar las
energías almacenadas en el interior, que, frecuentemente, están constreñidas, y
darles curso libre para el servicio de los demás. Significa, en una palabra,
lograr plena seguridad y ausencia de temor; un ir avanzando, lenta pero
firmemente, desde la esclavitud hacia la libertad.
Y esta sagrada tarea nadie la hará
por mí o en lugar de mi. Yo tengo que ser el “salvador” de mí mismo.
Al fin y al
cabo, estamos en el epicentro mismo del misterio humano: soy yo solo y sólo una
vez. Los amigos y familiares pueden estar conmigo hasta unos ciertos niveles
de profundidad. Pero en los niveles últimos, donde yo soy yo mismo y distinto
de todos, “allá”, o asumo yo toda la responsabilidad o me pierdo, porque a
esos niveles no llega ninguna ayuda exterior.
* * *
En las emergencias de la vida,
con frecuencia nos encontramos con preciosos estímulos y luces. Hoy es la
orientación de un maestro de vida; mañana, el acertado diagnóstico de un
especialista; al día siguiente, el cariño y la veteranía de los padres. Entre
todos ellos, sin embargo, no conseguirán salvarme.
Las orientaciones y consejos no tienen una eficacia salvadora automática
por el hecho de que provengan de un maestro experimentado. Es la puesta en
práctica la que convalida o invalida aquellas recomendaciones (y soy yo el que
tiene que comprobarlo), porque, en fin de cuentas, cada persona experimenta las
recetas con efectos diferentes, y es cada persona la que tiene que verificar si
aquella recomendación le salva o no.
Al final, no existe otro “salvador” de mí mismo que yo mismo.
Debido a esto, ofrecemos más adelante algunos mecanismos sencillos,
eficaces y prácticos, con los que cualquier persona pueda, por sí misma, eliminar
por completo muchos sufrimientos o, al menos, suavizarlos. Si hasta ahora
sufría como cuarenta grados —permítaseme la expresión—, que más tarde sufra
como treinta y cinco, luego como treinta, y así sucesivamente.
Por eso, y para este contexto, sonará reiteradamente en los capítulos,
que siguen esta urgente recomendación: ¡sálvate a ti mismo!
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