Los fantasmas
narcisistas pueblan su alma de ansiedades, y no se dan cuenta de que todo es
materia subjetiva, de que están dormidos. De tanto dar vueltas a sucesos
infelices, acaban magnificándolos, y no se dan cuenta de que están soñando. Les
sucede lo mismo que a las bolas de nieve: cuantas más vueltas dan, más grandes
se hacen.
De pronto, se sienten atenazados por
el terror, sin caer en la cuenta de que sólo se trata de una manía
persecutoria, una alucinación que inventa y dibuja sombras siniestras, cuando,
en realidad, nada de eso existe; están dormidos. Hechos intrascendentes los
transforman en dramas, y peripecias ridículas las revisten con ropajes de
tragedia. Están dormidos.
No quiero decir que todo esto suceda
a la mayoría de las personas en este tono y con este colorido. También hay
muchos sujetos verdaderamente objetivos, por supuesto. Sin embargo, el trato
con numerosas personas, a lo largo de no pocos años, me ha enseñado que la
proyección subjetiva es, si bien en grados y momentos diferentes, un hecho
mucho más generalizado de lo que se cree.
De todos modos, en el presente caso
me estoy refiriendo en particular a quienes tienen tendencias subjetivas,
aunque no necesariamente en un grado elevado: los tipos aprensivos, obsesivos,
acomplejados, pesimistas... Y
no se trata de neurosis, sino de personas con inclinaciones subjetivas. Al
exterior, su comportamiento no se diferencia del de los demás; pero
interiormente no viven, agonizan.
* * *
Es preciso despertar. Y despertar es
salvarse; es economizar altas cuotas de sufrimiento.
¿Qué es, pues, despertar? Es el arte
de ver la naturaleza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con
objetividad, y no a través del prisma de mis deseos y temores.
Despertar es tomar conciencia de tus
posibilidades e imposibilidades. Las posibilidades, para abordarlas, y las
imposibilidades, para dejarlas de lado; darte cuenta de si un determinado hecho
tiene remedio o no; si lo tiene, para encontrarle solución; si no lo tiene,
para olvidarlo; tomar conciencia de que los hechos consumados, consumados
están, y es inútil darse de cabeza contra ellos.
Despertar es darte a ti mismo un
toque de atención para caer en la cuenta de que te estás torturando con
pesadillas que son pura fantasía, de que lo que te espanta no es real; darte
cuenta de que estás exagerando, sobredimensionando cosas insignificantes, y que
las suposiciones de tu cabeza las estás revistiendo con visos de veracidad.
No te das cuenta de que tus
aprensiones son sueños malditos, y nada más; y tus temores, puras quimeras.
¿Por qué tomarlas en consideración? Déjalas a un lado, porque son meros abortos
de tu mente. Saber que los sueños, sueños son; saber dónde comienza la ilusión
y dónde la realidad. Saber que todo pasará, que aquí no queda nada, que todo es
transitorio, precario, efímero. Que las penas suceden a las alegrías, y las
alegrías, a las penas; saber que aquí abajo nada hay absoluto; que todo es
relativo, y lo relativo no tiene importancia o tiene una importancia relativa.
Despertar, en suma, es saber que estabas durmiendo.
Basta despertar, y se deja de
sufrir. A media noche, el mundo está cubierto de tinieblas. Amaneces, y...
¿dónde se escondieron las tinieblas? No se escondieron en ninguna parte.
Sencillamente, no eran nada. Y al salir la luz se ha comprobado que eran nada.
De la misma manera, cuando tú
estabas dormido, tu mente estaba poblada de sombras y tristeza. Amanece
(despiertas), y ahora ves que tus temores y tristezas eran nada. Y al despertar
se esfuma el sufrimiento, como se esfumaron las tinieblas al amanecer.
Basta despertar, y se deja de
sufrir.
Siempre que te sorprendas a ti
mismo, en cualquier momento del día o de la noche, agobiado por la angustia o
el temor, piensa que estás dormido o soñando; haz una nueva y correcta
evaluación de los hechos, rectifica tus juicios, y verás que estabas
exagerando, presuponiendo, imaginando. Dedícate asiduamente al ejercicio de
despertar. Siempre que te encuentres turbado, levanta la cabeza y sacúdela;
abre los ojos y despierta. Muchas tinieblas de tu mente desaparecerán, y
grandes dosis de sufrimiento se esfumarán. Verás.
Este es el segundo ángel en el
camino: despertar. A lo largo de los capítulos siguientes, frecuentemente
haremos resonar este clarín: ¡despierta!
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