Como hemos
dicho, el “pecado” consiste en establecer una atadura adhesiva y afectiva
entre tu corazón y el resultado de aquel proyecto, lo que equivaldría a
apropiarse un resultado imaginario y supuestamente alto.
Corres un riesgo, que consiste —reiteramos—
no en que el supuesto resultado sea brillante, sino en habértelo apropiado
antes de que se produjera; se trataba, pues, además, de una ilusión. A causa de
esta apropiación, si el resultado es inferior a lo imaginado, vas a tener la
impresión de que ha habido un robo, de que se te ha hurtado algo que ya
considerabas como propio en tu imaginación. El mal estaba en la apropiación.
Y cuando una propiedad la
sentimos amenazada, surge el temor, que no es otra cosa sino la liberación de
energías defensivo-agresivas, desencadenadas para defender la propiedad
amenazada. En nuestro caso, a este temor lo llamamos preocupación.
Y la preocupación por los resultados
va ensombreciendo la vida y quemando gran parte de las energías psíquicas.
No es posible dormir bien cuando uno
se siente atormentado por el aguijón del ¿qué será? Quien está agobiado por
alguna preocupación tampoco se alimenta debidamente; y las tensiones impiden,
asimismo, el buen funcionamiento del sistema digestivo, y especialmente de los
intestinos. Cualquier persona que se encuentre en esta situación irá
descendiendo cada vez más por la pendiente de la inseguridad, y acabará siendo
dominada por toda clase de complejos. La preocupación por los resultados es,
pues, la raíz de innumerables daños.
* * *
¿Qué hacer, pues? Una vez agotados
todos los recursos y que se acabó el combate y todo está consumado, el sentido
común y la sabiduría más elemental de la vida nos confirman que es insensatez
perder el tiempo en lamentaciones, dándose de cabeza contra el muro
indestructible de un hecho consumado. Relega los resultados al rincón del
olvido y quédate en paz; una paz que brotará justamente cuando te hayas
desasido de los resultados.
En último término, ¿de qué o de
quién dependen los resultados? De una cadena absolutamente imponderable de
causalidades, que, ciertamente, se halla muy lejos de mi alcance: cuántas
veces mi libertad y la de los demás están notablemente condicionadas, al menos
en ciertas zonas de nuestra personalidad; también influyen los estados de
ánimo, los factores climáticos o biológicos, la rivalidad de los demás, o
simplemente otras eventualidades imprevisibles.
Si los resultados no dependen
de ti, es locura pasar días y noches alucinado por la obsesión del fracaso. ¡
Basta de humillarse! ¿Avergonzarse? De nada. Y no permitas que los complejos
llamen a tu puerta. Suelta las ataduras que te ligaban emocional y
adhesivamente a los resultados, y quédate en paz con la satisfacción de haber
hecho lo que estaba en tus manos, aceptando la realidad tal como es; ocupado,
sí; pero nunca preocupado.
He aquí, pues,
el secreto para el combate de la vida:
engarzar en un mismo haz estas dos dispares energías:
pasión
y paz.
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