El día menos pensado, cuando creías haber dado pasos decisivos hacia la
tranquilidad mental, entras inesperadamente en una fatal crisis de angustia.
Cualquier día vas a sentirte hastiado de todas estas “terapias” y caminos de
paz, con la aguda sensación de estar perdiendo el tiempo, e incluso hasta de
estar haciendo el ridículo; y es probable que te asalte el apremiante deseo de
tirarlo todo por la borda. No te asustes contigo mismo. ¡Despenar!: saber que
las cosas son así, y aceptarlas como son, he ahí el misterio de la paciencia.
En realidad, estás avanzando; pero este ascender está cuajado de retrocesos,
vacilaciones y altibajos. Acepta con paz esa realidad.
Los resultados dependen de una serie
de factores. El esfuerzo y la dedicación en la práctica de los ejercicios es un
factor predominante. También influye la constancia: si una persona que se ha
ejercitado con regularidad por años abandona de pronto la ejercitación, percibirá
de inmediato, e inequívocamente, un estado de debilitamiento interior; es
decir, que el miedo y la angustia comienzan de nuevo a golpear las puertas,
regresa el nerviosismo, y vuelve a sentirse otra vez desasosegado e infeliz.
Los resultados dependen también —y
en gran medida— del punto de partida o estructura de personalidad. Una persona
cuyas entrañas están tejidas de melancolía o timidez, por ejemplo, y con mayor
razón si anda por los cuarenta o cincuenta años (lo que quiere decir que sus
rasgos negativos congénitos han sido largamente alimentados y han echado
sólidas raíces en el subsuelo), necesitará gran empuje y alto corazón, así
como una gran firmeza, para progresar por el camino de la liberación y poder
así saborear los primeros frutos del descanso.
* * *
Desde antes de ver la luz, el
ser humano trae escrita en sus entrañas la historia de su vida, y si no la
historia misma, al menos los rasgos generales. Efectivamente: marcadas y
selladas, allá, en las últimas unidades vivientes, llamadas genes, trae el
hombre escritas en claves cifradas las tendencias fundamentales que conforman
el entramado de una personalidad: inclinaciones hacia la sensibilidad,
sensualidad, timidez, impaciencia, generosidad, nobleza, mezquindad... Son los
códigos genéticos.
Esta estructura no cambia. Se muere
como se nace. Podemos, eso sí, mejorar, como también empeorar, pero siempre a
partir de una estructura básica. No hay que hacerse ilusiones: un tipo
orgulloso-rencoroso, por ejemplo, nunca se transformará en un ser manso y humilde
de corazón. Quienes nacieron encantadores, encantadores morirán. Estructuras
personales fuertemente inclinadas a la melancolía, por ejemplo, o
negativamente conformadas, no serán esencialmente alteradas, aunque sí podrán
ser mejoradas. Pero esta mejoría lleva un ritmo lento y desigual: si notas
alguna mejoría de un año para otro, si hoy sientes más facilidad en controlar
tus nervios, si sufres menos que antes, si te encuentras más relajado..., es
señal de que todo va bien.
Los sufrimientos provenientes de un
modo de ser nunca desaparecen totalmente; pero pueden suavizarse hasta tal
punto que el sujeto se sienta muy aliviado, casi feliz.
* * *
Vale la pena sostener en alto el
esfuerzo y la lucha, y canalizar todas las energías para una ordenada puesta en
práctica de los mecanismos de liberación.
Es necesario despertar una y
otra vez, y tomar conciencia de que se vive una sola vez; que este menú no se
repite, y que tampoco podemos regresar a la infancia para reiniciar la
aventura. .Los años no perdonan. La mayor desdicha humana consiste en
experimentar que la existencia se nos escurre de entre las manos sin haber
saboreado la miel del vivir. Vale la pena dedicar todos los esfuerzos a la
tarea de las tareas: alejar de nuestras fronteras los enemigos de la vida: el
sufrimiento y la tristeza.
Para alcanzar una cumbre tan alta,
nos acompañará, en la pendiente de la ascensión, este tercer ángel: la
paciencia.
El hombre de la sociedad tecnológica
se ha acostumbrado a solucionar sus problemas buscando y esperando la
salvación, poco menos que mágicamente, de los consultorios y las farmacias. ¡
Vana ilusión y peligrosa dependencia! Lo menos que le puede suceder es que
acaba perdiendo la fe y la confianza en sí mismo, descuida el esfuerzo,
abandona en un rincón la paciencia y, sobre todo, olvida el hecho de que lleva
en sus manos armas poderosas para salvarse a sí mismo.
Quien esté dispuesto a alistarse en
las filas de la Gran Marcha hacia la liberación de sí mismo debe despertar,
ponerse en pie, armarse de paciencia y ceñirse de coraje.
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