He aquí otro
veneno inagotable de abatimiento: el fracaso. También él es un producto mental.
Veámoslo.
Tú tenías un proyecto, y calculabas
que el plan alcanzaría un techo de cien puntos, digámoslo así; y te adheriste
a esos cien puntos. Pero, al culminar la tarea, el proyecto alcanzó sólo
cuarenta y cinco puntos. Fue, pues, un resultado negativo; pero, en realidad,
no fue negativo, sino solamente inferior a tus previsiones.
Entre frustrado y herido por el
amor propio, tu corazón comienza ahora a resistir mentalmente, a rechazar
cordialmente aquel resultado, inferior a lo esperado. Y es entonces cuando ese
resultado negativo se convierte en fracaso.
¿Dónde estuvo el error? ¿En haber
apuntado demasiado alto, ilusionándote con alcanzar los cien puntos? No,
ciertamente, sino en haberte adherido a esos cien puntos. Entre tu persona y
los cien puntos se estableció, pues, una vinculación apropiadora.
Forjaste en sueños una imagen
dorada, te identificaste con ella casi en una especie de simbiosis, y ahora la
construcción de tu mente se derrumba, haciéndose trizas. Desilusión quiere
decir que una ilusión se deshace y esfuma. Te hiciste una ilusión a la que te
abrazaste con toda tu alma, y al deshacerse la ilusión se produjo en ti una
especie de desgarramiento, el despertar amargo de quien estaba abrazado a una
sombra.
* * *
El fracaso es, pues, un concepto
subjetivo y relativo. Nace y vive en la mente cuando y en la medida en que
rechazas el resultado. Y, a partir de ese momento, el fracaso comienza a
presionarte, o, al menos, tú así lo sientes. En la medida en que sientes esa
presión, tú la resistes con toda el alma: presión y resistencia son siempre
acciones correlativas. En la medida en que la resistes, la presión del fracaso
es aceleradamente más opresiva.
Y así, encerrado en ese circulo
vicioso, mortífero y fatal, el hombre puede llegar a ser víctima de profundas
perturbaciones de personalidad. ¡Despierta, pues!, y advierte que no es el
fracaso el que te tiene atrapado a ti, sino que eres tú y sólo tú el que está
dándose de cabeza, con tus resistencias mentales, contra aquel resultado
negativo. Es una locura.
Aquello que, inicialmente, no
fue más que un resultado imprevisible y parcial, a fuerza de darle vueltas en
la cabeza y resistirlo en el corazón, lo has ido convirtiendo en un espectro
monstruoso que te atemoriza y oprime. El problema está en ti.
* * *
¿Qué hacer, pues? Mirando a tu
futuro, es necesario distinguir dos cosas: el esfuerzo y el resultado. El
esfuerzo depende de ti; el resultado, no.
En lo que depende de ti, debes
lanzarte al combate con todas las armas y todos los medios a tu alcance: la
experiencia de la vida, la colaboración de los demás, el sentido común, la ley
de la proporcionalidad, el idealismo, el entusiasmo, la discreción... En un
campo de batalla, el estratega no puede descuidar ningún detalle; de una
pequeña imprevisión puede depender una derrota.
De igual manera, en cada proyecto de
tu vida, luego de proponerte una meta alta, razonablemente alta, debes poner en
acción, con sagacidad y tesón, todos los medios de que dispongas para alcanzar
esa meta. Debe haber, pues, una
pasión.
Pero también debe haber paz.
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