A las pocas semanas de nacer, los pájaros vuelan, los patos nadan, los
gatos salen a cazar. A los quince minutos de haber salido a la luz, una llama
ya se pone de pie y comienza a caminar detrás de su madre cordillera arriba.
No necesitan aprender a caminar, volar, nadar, cazar. Por el mero hecho de
existir, disponen de todos los resortes necesarios para defenderse y
sobrevivir. Se podría decir que todas las técnicas vienen elaboradas en las
entrañas de su organismo; las traen aprendidas sin necesidad de entrenamiento:
es el equipo instintivo, que los conduce certeramente por los caminos de la
supervivencia.
No sucede así con el hombre. Una vez
nacida, la criatura humana es el ser más desvalido de la creación. Todo lo tiene que aprender; y no
precisamente en fuerza de una inspiración interior, sino que son los otros
quienes se lo tienen que enseñar: primero, a andar; luego, a hablar; más
tarde, a pensar y educarse.
Aprende, en suma, a utilizar la
inteligencia, en lugar del instinto; con la particularidad de que el instinto
funciona espontáneamente, casi mecánicamente; y, en cambio, el uso de la
inteligencia presupone riesgos, porque obliga al hombre a realizar un complejo
proceso de análisis, comparación, exclusión, opción..., todo lo cual involucra
grandes incertidumbres e impredecibles emergencias. Y por este camino le llega
al hombre un desabrido visitante, que, como sombra, nunca más se apartará de su
lado: la ansiedad.
* * *
El aprendizaje del arte de vivir no
se termina cuando el hombre alcanza su mayoría de edad, o al conseguir un
diploma universitario para ejercer una profesión y ser autónomo. Porque vivir
no consiste en ganarse el sustento cotidiano o en formar un hogar. ¿Qué consigue
el hombre con haber asegurado una sólida situación económica o con haber
educado una hermosa familia, si su corazón sigue agonizando en una tristeza
mortal?
Vivir es el arte de ser feliz; y ser
feliz es liberarse, en mayor o menor grado, de aquella ansiedad que, de todas
formas, seguirá porfiadamente los pasos humanos hasta la frontera final.
El arte de vivir consistirá,
pues, en una progresiva superación del sufrimiento humano, y, por este camino,
en una paulatina conquista de la tranquilidad de la mente, la serenidad de los
nervios y la paz del alma.
Pero no se crea que esta felicidad
la puede alcanzar el hombre como por arte de magia o como un regalo de Navidad.
Si para obtener un título universitario o montar una próspera empresa el hombre
ha necesitado largos años de esfuerzo, trabajando día y noche, con férrea
disciplina, metodología y, sobre todo, con una tenacidad a toda prueba y por
momentos heroica, que nadie sueñe con doblarle la mano a la ansiedad o en ganar
la batalla del sufrimiento, llegando así a aquel anhelado descanso de la mente,
con un trabajo esporádico y superficial.
Cuando decimos paciencia, queremos
significar esfuerzo, orden y dedicación en la práctica de los ejercicios de
autocontrol, relajación, meditación..., que más tarde presentaremos.
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