Despertar es el primer acto de salvación.
La conciencia es como una
minúscula isla, de pocos kilómetros cuadrados, situada en medio de un océano de
profundidades insondables y horizontes casi infinitos. Este océano se llama el
subconsciente.
A la vista nada se advierte.
Todo está en calma. Pero en lo profundo todo es movimiento y amenaza. Hay
volcanes dormidos que, de pronto, pueden entrar en erupción, energías ocultas
que guardan retenida el alma de un huracán, fuerzas propulsoras que encierran
gérmenes de vida o de muerte.
El hombre, por lo general, es un
sonámbulo que camina, se mueve, actúa, pero está dormido. Se inclina en una
dirección, y con frecuencia no sabe por qué. Irrumpe aquí, grita allá; ahora
corre, más tarde se detiene; acoge a éste, rechaza a aquél, llora, ríe, canta;
ahora triste, después contento: son, generalmente, actos reflejos y no
plenamente conscientes. A veces, da la impresión de ser un títere movido por
hilos misteriosos e invisibles.
Es el mar profundo del hombre, el
lado irracional y desconocido que, mediante mecanismos que parecerían
sortilegios, lo van llevando en direcciones inesperadas y, en ocasiones, por
rumbos disparatados. ¿Qué se hizo de la brújula? ¿Funciona todavía la libertad?
Cuántas veces el hombre no entiende nada. Y sufre.
* * *
Sufre porque está dormido. No se da
cuenta de que, como lo diremos tantas veces, el sufrimiento humano es puramente
subjetivo. La mente es capaz de dar a luz fantasmas alucinantes, que luego
atormentarán sin piedad a quien los engendró. Los miedos son, generalmente,
sombras fantásticas, sin fundamento ni base en la realidad. El hombre está
dormido.
Y dormir significa estar fuera de la
objetividad. Dormir es sacar las cosas de su dimensión exacta. Es exagerar los
perfiles negativos de los acontecimientos-personas-cosas. Dormir es proyectar
mundos subjetivos sobre los sucesos exteriores. Las inseguridades y temores
son, por lo general, hijos de una obsesión.
El
miedo —insisto— engendra y distingue fantasmas por todas partes: éste no me
quiere, aquél está en contra de mí, ese proyecto está destinado a fracasar,
todos se han conjurado contra mí, están tramando desplazarme del cargo,
aquellos otros me han retirado su confianza aquélla ya no me mira bien, aquella
otra no me saluda como antes, ¿qué le habrán contado acerca de mí?; la de más
allá se muestra ahora fría y distante conmigo, ¿qué habrá pasado?... Y todo no
es sino un engaño, o, al menos, una espantosa magnificación o mucha suposición.
No hay nada de eso, o muy poco. Está dormido. Muchas personas viven estos
sustos y alucinaciones en pleno día, con el mismo realismo con que se viven las
pesadillas a media noche
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