La razón lo obliga a caminar por los páramos infinitos hacia metas
inaccesibles. Se propone alcanzar una cumbre, y, arribado a la cima, divisa
desde allí otra montaña más alta que lo reclama. Alcanzada esta segunda cumbre,
distingue desde ella otra altura más eminente que, como una luz fatal, lo
seduce irresistiblemente. Alcanza también esta altura..., y así sucesivamente,
su vida es un proyecto escalonado de cumbres cada vez más elevadas y cada vez
más lejanas, lo que acaba dejándolo perpetuamente desazonado e inquieto.
Condenado a caminar siempre, siempre
más adelante, el hombre no puede detenerse, porque está sometido a un
imperativo categórico que no lo deja en paz, sino que lo impulsa hacia una
odisea que nunca acabará, en dirección de una Tierra Prometida a la que nunca
llegará. El hombre es un arco en tensión destinado a alcanzar estrellas
imposibles.
Seducido por lo desconocido, irrumpe
en las regiones ignotas para descifrar enigmas y llenar de respuestas los
espacios vacíos. Vive atormentado por anhelos anteriores que ni él mismo
entiende y que, por otra parte, es incapaz de sosegar; que lo arrastran hacia
lo infinito y lo absoluto, y le obligan a darse a sí mismo la razón de su
existencia y a encontrar respuesta a todas las preguntas.
Viene
de un mundo unitario. Esta impronta original lo obliga a buscar unidad consigo
mismo y con los demás; pero, al mismo tiempo, se siente disociado por
urgencias interiores y desafíos exteriores
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