lunes, 5 de noviembre de 2012

El tiempo pasado - II


Les sucede exactamente igual que al que tiene una pesadilla nocturna y la vive de tal manera que despierta con taquicardia, sudores y otras manifestaciones carac­terísticas de quien ha afrontado una lucha horrible y descomunal. Asimismo, estas personas reviven en su imaginación historias tormentosas, hasta el punto de que quisieran justificarse y dar explicaciones a aquellas personas ante las que se sienten culpables, con el fin de recuperar la estima que perdieron. Reviven fragmentos de una historia que, al hacerse presentes, les vuelven a provocar, en mayor o menor grado, sentimientos de autocompasión o de culpabilidad.
Es un torbellino insensato e irracional. Una recorda­ción y escenificación de una cabeza loca. Todo es mentira. Hay que despertar, liberarse de esas quimeras y respirar en paz. ¡Basta de sufrir!
            Ya hemos dicho que los hechos consumados están anclados para siempre como muros inamovibles e indestructibles. Déjalos estar allí donde estén. Al recor­darlos, te estás destruyendo. Ten piedad de ti mismo y no seas tu propio verdugo. Suelta todo, respira y sé feliz.
    ¿Qué le diríamos a alguien que tomara una brasa ardiente en sus manos? Le diríamos: ¡cuidado, suelta esa brasa, porque te vas a quemar! Eso mismo es lo que uno se ve obligado a gritar muchas veces para desper­tar a quienes estén dormidos sobre carbones encendi­dos. Y “soltar” quiere decir retomar el control de la mente, desligar la atención de aquellas escenas o perso­nas, tranquilizar los nervios y recuperar la serenidad del espíritu.

* * *

            Lo que acabamos de decir les sucede sobre todo a quienes tienen tendencias marcadamente subjetivas. Pero, en general, para la mayoría de las personas, los archivos de su vida se convierten en surtidores de agua hirviente: estén tristes porque recuerdan cosas tristes, y al recordarlas, les dan vida, abriendo de nuevo las viejas heridas, que nunca dejan cicatrizar totalmente.
            Por obra y gracia de una fantasía siempre activa, re­piten una y otra vez los platos más amargos de la vida, lo que acaba cegándoles las fuentes de la alegría de vivir.

            En todo momento, estas personas deben estar aten­tas a sí mismas, porque, al menor descuido, vuelven a “dormirse” y regresan a los campos minados de los recuerdos más ingratos, y su corazón comienza a san­grar de nuevo.
            Es indispensable estar alerta y advertir que es una insensatez revolver los archivos que contienen una historia irremediablemente muerta. Es lo que expresa muy bien el refranero popular: “Agua que no has de beber, déjala correr”, o, como aconseja el Evangelio:
    “Deja que los muertos entierren a los muertos”. Deja que las hojas caídas se descompongan y mueran. Tú mira hacia adelante, y cada mañana comienza a vivir de nuevo.
    Aquellas personas que influyeron tan negativamente en momentos decisivos de tu juventud, aquellas equivocaciones que más tarde tanto lamentaste..., déjalas, que las arrastre la corriente del olvido.
Aquel fracaso, que, por ser el primero, te hirió tan mortalmente que por muchos años respiraste por esa herida, aquellas hostilidades nacidas de ruines envidias, aquella zancadilla artera, aquellas incomprensiones, aquellas medias verdades, más perniciosas que la ca­lumnia, que arruinaron tu prestigio..., déjalo todo, que lo arrastre la corriente a la región del olvido.
            Los que nunca te apreciaron, los que siempre te des­preciaron, aquella crisis afectiva que fue como un vendaval para el proyecto de tu vida, aquel descalabro en tus negocios que remeció la economía doméstica, aque­llos ideales que nunca pudiste realizar..., déjalo todo en la paz de los muertos, y tú, vive.
            Las aguas que pasaron, no vuelven a pasar. Requiem sobre las hojas muertas y los archivos olvidados. Tú levanta la cabeza, abre los ojos, mira hacia adelante y avanza hacia un mundo de alegría y esperanza

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