sábado, 20 de octubre de 2012

Salvarse a sí mismo - II


Frente a este panorama, salvarse significa ir supri­miendo o disminuyendo las fuentes del sufrimiento mediante ejercicios y prácticas que más adelante ex­pondremos, trasponer las fronteras del dolor y de la angustia, superar la preocupación obsesiva por si mis­mos, y así, adquirir la presencia de ánimo, el autocon­trol y la serenidad, y, naturalmente, recuperar las ganas de vivir.
            Salvarse significa soltar las energías almacenadas en el interior, que, frecuentemente, están constreñidas, y darles curso libre para el servicio de los demás. Signifi­ca, en una palabra, lograr plena seguridad y ausencia de temor; un ir avanzando, lenta pero firmemente, desde la esclavitud hacia la libertad.
            Y esta sagrada tarea nadie la hará por mí o en lugar de mi. Yo tengo que ser el “salvador” de mí mismo.
Al fin y al cabo, estamos en el epicentro mismo del misterio humano: soy yo solo y sólo una vez. Los ami­gos y familiares pueden estar conmigo hasta unos cier­tos niveles de profundidad. Pero en los niveles últi­mos, donde yo soy yo mismo y distinto de todos, “allá”, o asumo yo toda la responsabilidad o me pier­do, porque a esos niveles no llega ninguna ayuda exterior.

* * *

    En las emergencias de la vida, con frecuencia nos encontramos con preciosos estímulos y luces. Hoy es la orientación de un maestro de vida; mañana, el acertado diagnóstico de un especialista; al día siguiente, el cariño y la veteranía de los padres. Entre todos ellos, sin embargo, no conseguirán salvarme.
Las orientaciones y consejos no tienen una eficacia salvadora automática por el hecho de que provengan de un maestro experimentado. Es la puesta en práctica la que convalida o invalida aquellas recomendaciones (y soy yo el que tiene que comprobarlo), porque, en fin de cuentas, cada persona experimenta las recetas con efectos diferentes, y es cada persona la que tiene que verificar si aquella recomendación le salva o no.
Al final, no existe otro “salvador” de mí mismo que yo mismo.
Debido a esto, ofrecemos más adelante algunos me­canismos sencillos, eficaces y prácticos, con los que cualquier persona pueda, por sí misma, eliminar por completo muchos sufrimientos o, al menos, suavizarlos. Si hasta ahora sufría como cuarenta grados —per­mítaseme la expresión—, que más tarde sufra como treinta y cinco, luego como treinta, y así sucesivamente.
Por eso, y para este contexto, sonará reiteradamente en los capítulos, que siguen esta urgente recomenda­ción: ¡sálvate a ti mismo!

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