miércoles, 24 de octubre de 2012

Paciencia - II


No vas a conseguir nada con sólo leer estas páginas o con abrigar buenas intenciones; es imprescindible que los deseos se transformen en convicciones, y las convic­ciones, en decisiones. Las decisiones, a su vez, tienen que conducirte, como de la mano, a reordenar tu pro­grama. de actividades; y, en medio de éstas, reservar espacios libres para practicar, diaria y metódicamente, los diversos ejercicios.
            Si me dices que no dispones de tiempo, te responde­ré que el tiempo es cuestión de preferencias, y éstas, a su vez, dependen y derivan de las prioridades. Ahora bien, ¿cuál es la prioridad fundamental de tu vida?
    No se trata de sanar una úlcera gástrica o de levantar un negocio deteriorado, ni siquiera de apuntalar un matrimonio resquebrajado. Todos estos propósitos son, ciertamente, nobles e importantes; pero en nuestro caso hay algo más primordial: nosotros estamos jugan­do y conjugando aquí nada menos que con el sentido de una vida, expresión escurridiza que, al pretender ence­rrarla en los moldes de una definición, se nos escapa de las manos.

            ¿Qué es, pues, sentido de la vida? Es aquel valor que da valor a todos los demás valores. De pronto, todo lo que es y hace una persona (palabras, actitudes, reaccio­nes...) aparece revestido de un color y brillo tan particulares que no se puede explicar con palabras. Eso es el sentido de una vida. Es (¿cómo decirlo?) un cierto tono de alegría que no se traduce en una risa ni en una sonrisa; que envuelve a algunas personas vistiéndolas como de un aire primaveral, y que todos perciben des­de lejos, y dicen: esa persona tiene un no sé qué, que no sé cómo calificarlo, pero ¡se la ve tan feliz!
            Es, en fin, aquella sensación de plenitud que, en el otoño de sus años, al volver sus miradas hacia atrás, les hace exclamar a algunas personas: valió la pena; de ver­dad fue una venturosa aventura.

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            Pues bien, ese objetivo central de una vida no se conseguirá sin una dedicación metódica y ordenada. Para poder ahuyentar las sombras de la casa y dar lugar a la alegría, es imprescindible someterse a una ejercita­ción ininterrumpida de autocontrol y meditación a lo largo de los días y los años. No es necesario que lle­ves a cabo todas y cada una de las prácticas que inclui­remos en el capítulo III. Sí es conveniente, sin embar­go, probar y comprobar todas esas prácticas, y quedarse con las que produzcan mejores resultados.
    No hay que olvidar nunca el misterio general e im­ponderable del ser humano; un mismo ejercicio, ejecu­tado en momentos diferentes, produce resultados dife­rentes en una misma persona. La vida es esencialmente ilógica, porque es esencialmente movimiento; movi­miento oscilante de altibajos, sin vislumbrarse, con frecuencia, las causas que originan tan desconcertante vaivén.
            Cuando el hombre tendría motivos más que sufi­cientes para saltar de alegría, está abatido. De pronto, en los días azules, su alma está nublada; y en los días nublados, su alma está en azul. No hay lógica. Tal per­sona deseó ardientemente conquistar aquella meta so­ñada, y, alcanzado el sueño, se queda insatisfecha, con un amago de decepción. De repente, cuando sus nego­cios iban viento en popa, su estado de ánimo está por los suelos; y cuando, a su alrededor, todo es desastre y ruina, no se sabe qué ángel interior lo estimula para seguir luchando.
            Paciencia, que es el arte de saber, significa tomar conciencia de que la naturaleza humana es así. Hay que comenzar por aceptarla tal cual es, para no asustarse cuando los resultados no sean proporcionales a los esfuerzos o cuando los efectos hayan sido extrañamente imprevisibles.

* * *

            Poniendo por delante estos presupuestos, con fre­cuencia te encontrarás con el hecho de que un ejercicio de relajación y concentración correctamente efectuado hoy te dejará relajado, y mañana, tal vez, tenso. En la vida no hay procesos uniformes. Al quinto día, por ejemplo, percibirás un progreso notable en el descanso mental, y al trigésimo día te sentirás más ansioso que el primero. Es normal: el camino de la “salvación”, como el de la vida misma, no es llano y recto, antes bien, está erizado de dificultades: curvas violentas, pendientes empinadas, recaídas bruscas, contramarchas. Una me­ditación sobre la relatividad de la vida, hoy te deja in­sensible, y mañana te impacta profundamente.

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