viernes, 12 de octubre de 2012

Hacia una liberación interior


Al caminar por los viejos senderos del hombre, he quedado sorprendido, más aún, asombrado, al compro­bar cómo sufren las gentes día y noche, jóvenes y adul­tos, ricos y pobres.
    Me duele el corazón. Llevo años buscando y ense­ñando (¿cómo llamarlo, terapias?) para sacar a hom­bres y mujeres de los pozos profundos en los que están sumergidos. He recorrido tiempo y distancias buscan­do recetas para enseñar al hombre a enjugar lágrimas, extraer espinas, ahuyentar sombras, liberarse de las agonías y, en fin, llevar a cada puerta un vaso de ale­gría. ¿Cabe oficio más urgente sobre el planeta?
    ¡Sufrir a manos llenas, he aquí el misterio de la exis­tencia humana! Sufrimiento que, por cierto, nadie ha deseado, ni invocado, ni convocado, pero que está ahí, como una sombra maldita, a nuestro lado. ¿Cuándo se ausentará? Cuando el hombre mismo se ausente; sólo entonces.
    ¿Qué hacer con él entre tanto? ¿ Cómo eliminarlo o, al menos, mitigarlo? ¿Cómo sublimarlo? ¿Cómo transformarlo en amigo, o, al menos, en hermano? He aquí el problema fundamental de la Humanidad.

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