martes, 30 de octubre de 2012

El fracaso - I


He aquí otro veneno inagotable de abatimiento: el fracaso. También él es un producto mental. Veámoslo.
            Tú tenías un proyecto, y calculabas que el plan al­canzaría un techo de cien puntos, digámoslo así; y te adheriste a esos cien puntos. Pero, al culminar la tarea, el proyecto alcanzó sólo cuarenta y cinco puntos. Fue, pues, un resultado negativo; pero, en realidad, no fue negativo, sino solamente inferior a tus previsiones.
    Entre frustrado y herido por el amor propio, tu corazón comienza ahora a resistir mentalmente, a rechazar cordialmente aquel resultado, inferior a lo esperado. Y es entonces cuando ese resultado negativo se convierte en fracaso.
            ¿Dónde estuvo el error? ¿En haber apuntado dema­siado alto, ilusionándote con alcanzar los cien puntos? No, ciertamente, sino en haberte adherido a esos cien puntos. Entre tu persona y los cien puntos se estable­ció, pues, una vinculación apropiadora.
            Forjaste en sueños una imagen dorada, te identifi­caste con ella casi en una especie de simbiosis, y ahora la construcción de tu mente se derrumba, haciéndose trizas. Desilusión quiere decir que una ilusión se des­hace y esfuma. Te hiciste una ilusión a la que te abra­zaste con toda tu alma, y al deshacerse la ilusión se produjo en ti una especie de desgarramiento, el desper­tar amargo de quien estaba abrazado a una sombra.

* * *

            El fracaso es, pues, un concepto subjetivo y relativo. Nace y vive en la mente cuando y en la medida en que rechazas el resultado. Y, a partir de ese momento, el fracaso comienza a presionarte, o, al menos, tú así lo sientes. En la medida en que sientes esa presión, tú la resistes con toda el alma: presión y resistencia son siempre acciones correlativas. En la medida en que la resistes, la presión del fracaso es aceleradamente más opresiva.
            Y así, encerrado en ese circulo vicioso, mortífero y fatal, el hombre puede llegar a ser víctima de profun­das perturbaciones de personalidad. ¡Despierta, pues!, y advierte que no es el fracaso el que te tiene atrapado a ti, sino que eres tú y sólo tú el que está dándose de cabeza, con tus resistencias mentales, contra aquel re­sultado negativo. Es una locura.
    Aquello que, inicialmente, no fue más que un resul­tado imprevisible y parcial, a fuerza de darle vueltas en la cabeza y resistirlo en el corazón, lo has ido convir­tiendo en un espectro monstruoso que te atemoriza y oprime. El problema está en ti.

* * *

            ¿Qué hacer, pues? Mirando a tu futuro, es necesa­rio distinguir dos cosas: el esfuerzo y el resultado. El esfuerzo depende de ti; el resultado, no.
            En lo que depende de ti, debes lanzarte al combate con todas las armas y todos los medios a tu alcance: la experiencia de la vida, la colaboración de los demás, el sentido común, la ley de la proporcionalidad, el idealismo, el entusiasmo, la discreción... En un campo de ba­talla, el estratega no puede descuidar ningún detalle; de una pequeña imprevisión puede depender una derrota.
            De igual manera, en cada proyecto de tu vida, luego de proponerte una meta alta, razonablemente alta, debes poner en acción, con sagacidad y tesón, todos los medios de que dispongas para alcanzar esa meta.          Debe haber, pues, una pasión.
            Pero también debe haber paz.

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