El hombre llegó
exhausto al monasterio.
- Estoy buscando a
Dios hace mucho tiempo -dijo. -Tal vez usted pueda enseñarme la manera correcta
de encontrarlo.
- Pase a ver nuestro
convento -dijo el padre, tomándolo de la mano y conduciéndolo hacia la capilla.
-Aquí están las más hermosas obras de arte del siglo XVI, que muestran la vida
del Señor y de Su gloria junto a los hombres.
El hombre aguardó,
mientras el padre explicaba cada una de las bellas pinturas y esculturas que
adornaban la capilla. Al final, repitió la pregunta:
- Muy bonito todo lo
que ví. Pero me gustaría aprender la manera más correcta de encontrar a Dios.
- ¡Dios! -respondió
el padre. -Dice usted muy bien, ¡Dios!
Y llevó al hombre
hasta el refectorio, donde se estaba preparando la comida de los monjes.
- Mire a su
alrededor: dentro de poco se servirá la comida, y está usted invitado a comer
con nosotros. Podrá escuchar la lectura de las Escrituras, mientras sacia su
apetito.
- No tengo hambre, y
ya leí todas las Escrituras -insistió el hombre. -Quiero aprender. Vine hasta
aquí para encontrar a Dios.
El padre nuevamente
tomó el forastero de la mano, y comenzó a caminar por el claustro, que rodeaba
a un hermoso jardín.
- Le pido a mis
monjes que mantengan el pasto siempre cortado, y que retiren las hojas secas de
la fuente de agua que está ahí en el medio. Creo que este es el monasterio más
limpio de toda la región.
El extraño caminó un
poco con el padre, y después pidió permiso, diciendo que debía marcharse.
- ¿No va a quedarse
usted a comer? -preguntó el padre.
Mientras montaba en
su caballo, el forastero comentó:
- Mis felicitaciones
por su bella iglesia, por el cálido refectorio, por el patio impecablemente
limpio. Sin embargo, yo viajé muchas leguas sólo para aprender a encontrar a
Dios, y no para quedar deslumbrado por la eficiencia, el confort y la
disciplina.
Un rayo cayó del
cielo, el caballo relinchó con fuerza, y la tierra se sacudió. De repente, el
extraño se deshizo de su disfraz y el padre vió que estaba ante Jesús.
- Dios está allí
donde Lo dejan entrar -dijo Jesús. - Pero ustedes le cerraron las puertas de
este monasterio, usando reglas, orgullo, riqueza, ostentación. La próxima vez
que un extraño se acerque pidiendo encontrar a Dios, no le muestren lo que
consiguieron usando Su nombre: escuchen la pregunta y traten de responderla con
amor, caridad y sencillez.
Diciendo ésto,
desapareció.
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