Cierta mujer invocaba
centenares de veces por día el nombre de Buda, sin que jamás hubiera entendido
la esencia de sus enseñanzas. Después de diez años, todo lo que consiguió fue
aumentar su amargura y desesperación, creyendo que no era escuchada.
Un monje budista se dio
cuenta de lo que estaba ocurriendo, y una tarde fue hasta su casa:
- ¡Señora Cheng, abra
la puerta!
La mujer se irritó, e
hizo sonar una campana, señal que estaba rezando y no deseaba ser molestada.
Pero el monje insistió varias veces:
- ¡Señora Cheng,
tenemos que hablar! ¡Salga usted un minutito!
Furiosa, ella abrió
la puerta con violencia:
- ¿Qué clase de monje
es usted, que no se da cuenta que estoy rezando?
- Yo la llamé sólo cuatro
veces, y mire cómo se ha enojado usted. ¡Imagine cómo debe sentirse Buda,
después de diez años de estarlo llamando!
Y terminó:
- Cuando llamamos con
la boca, pero no sentimos con el corazón, nada sucederá. Cambie su manera de
invocar a Buda; entienda lo que él le dice, y no precisará nada más.
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