Un filósofo paseaba
por el bosque con un discípulo, conversando sobre la importancia de los
encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que tenemos delante nos
brinda la oportunidad de aprender o de enseñar.
En ese momento,
cruzaban la entrada de una finca que, a pesar de estar muy bien ubicada, tenía
una apariencia miserable.
- Mire este lugar
-comentó el discípulo. -Tiene usted razón: acabo de aprender que mucha gente
está en el Paraíso pero no se da cuenta, y continúa viviendo en condiciones
miserables.
- Dije aprender y enseñar
-le retrucó el maestro. -Constatar lo que acontece no es suficiente: es preciso
verificar las causas, puesto que sólo entendemos el mundo cuando entendemos las
causas.
Llamaron a la puerta,
y fueron recibidos por los moradores: un matrimonio y tres hijos, con las ropas
rasgadas y sucias.
- Está usted en medio
de este bosque, y no hay ningún comercio en los alrededores -le dijo el maestro
al padre de familia. -¿Cómo hacen para sobrevivir aquí?
El señor, muy
tranquilo, le respondió:
- Amigo mío, tenemos
una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese
producto lo vendemos o lo cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de
alimentos; con la parte que nos queda producimos queso, cuajada, manteca, para
consumo nuestro. Y así vamos subsistiendo.
El filósofo agradeció
la información, contempló el lugar por unos momentos, y se fue. En medio del
camino, le dijo al discípulo:
- Busca la vaca,
llévala al precipicio allí enfrente, y arrójala al vacío.
- ¡Pero es el único
medio de sustento de la familia!
El filósofo
permaneció callado. Al no tener otra alternativa, el joven hizo lo que se le
pedía, y la vaca murió con la caída.
La escena quedó
grabada en la memoria del discípulo. Después de muchos años, cuando ya era un
empresario de éxito, decidió volver al mismo lugar, contarle todo a la familia,
pedir perdón, y ayudarlos financieramente.
Cuál no fue su
sorpresa al ver el lugar transformado en un sitio bello, con árboles floridos,
un auto en el garage, y algunos niños jugando en el jardín. Sintió gran
desesperación, al imaginar que la familia humilde había tenido que vender la
finca para sobrevivir. Le abrieron el paso, y fue recibido por un casero muy
simpático.
- ¿Qué pasó con la
familia que vivía aquí hace diez años? -preguntó.
- Siguen siendo los
dueños del lugar -fue la respuesta.
Sorprendido, entró
corriendo a la casa, y el dueño lo reconoció. Preguntó cómo estaba el filósofo,
pero el joven estaba por demás ansioso por saber cómo habían conseguido mejorar
la finca, y arreglárselas tan bien en la vida:
- Bueno, nosotros
teníamos una vaca, pero cayó a un precipicio y murió -dijo el señor. -Entonces,
para poder alimentar a mi familia, tuve que plantar hierbas y legumbres. Las
plantas demoraban en crecer, así que comencé a cortar madera para vender. Al
hacerlo, tuve que replantar los árboles, y me ví en la necesidad de comprar
plantas. Al comprar plantas, pensé en la ropa de mis hijos, y se me ocurrió que
tal vez pudiera cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero cuando llegó el
tiempo de la cosecha, ya estaba exportando legumbres, algodón, hierbas
aromáticas. Nunca me había dado cuenta del potencial que tenía aquí: ¡resultó
bueno que la vaquita muriera!
No hay comentarios:
Publicar un comentario